A pesar de ser tan común, pocos se atreven a abordar con sinceridad la caries dental. Sí, esa pequeña traidora que se esconde en nuestras bocas y que, según el Consejo General de Dentistas, afecta a 35 millones de españoles. ¡Una barbaridad! Y aquí estoy yo, como periodista y ciudadana almeriense, dispuesta a desmitificar este asunto.
Recuerdo la primera vez que me senté en el sillón del dentista. Tenía unos siete años y una sonrisa llena de dientes de leche (y un par de caries, claro). Mi madre me había llevado a la consulta después de que mi tía Mari me contara que un empaste era como una especie de “superpoder” para los dientes. Yo imaginaba algo así como un soldado valiente luchando contra las bacterias malvadas. Pero nada más lejos de la realidad: el dentista no era un superhéroe; era un hombre con bata blanca y un taladro que sonaba como si estuviera perforando el suelo del desierto.
La historia de los empastes es fascinante. El primer empaste conocido tiene más de 6.000 años y fue hallado en una cueva cerca de Trieste, Italia. ¡Imagínate! Ya entonces nuestros antepasados lidiaban con estas pequeñas bestias llamadas caries. Usaban cera de abeja, algo que hoy parece casi poético en comparación con los modernos composites que nos ponen ahora. Me pregunto si aquellos hombres prehistóricos sabían lo que hacían o si simplemente estaban improvisando con lo que tenían a mano.
En Almería, donde el sol brilla casi todo el año y las tapas son una religión, no podemos permitirnos descuidar nuestra salud bucal. ¿Quién no ha disfrutado alguna vez de un buen plato de jamón ibérico acompañado por un vino? Pero ahí está el truco: esos manjares deliciosos pueden convertirse en aliados del azúcar y enemigos de nuestros dientes si no tenemos cuidado.
Y hablando de anécdotas familiares, recuerdo cómo mi primo José siempre decía que tenía “dientes de acero” porque nunca había tenido una caries... hasta que cumplió 30 años y decidió dejarse llevar por los dulces tras las comidas familiares. Una tarde en casa de abuela, devorando tarta de chocolate como si no hubiera mañana, escuché su grito desgarrador cuando el dentista le dijo: “José, tienes tres caries”. Su cara fue un poema digno del mejor pintor almeriense; se le cayó el mundo encima mientras nosotros intentábamos contener la risa entre bocado y bocado.
Estamos rodeados por el mar Mediterráneo y con una cultura gastronómica rica y variada, pero también enfrentándonos a esta epidemia silenciosa llamada caries. No quiero ser aguafiestas ni hacerles sentir culpables por disfrutar del buen comer (¡faltaría más!), pero quizás deberíamos plantearnos visitar al dentista con más frecuencia y darle a nuestra higiene bucal la importancia que se merece.
Cuidar nuestros dientes es cuidar nuestra sonrisa —y qué sonrisa más bonita puede haber en Almería cuando estamos rodeados del calor humano y la belleza natural que nos envuelve. Así que ya saben: ¡a cepillarse bien esos dientes después del almuerzo! Que nadie quiere ser parte del club indeseado de las caries.