En los pueblos pequeños, esos que se sienten abandonados por los lejanos gobiernos de Sevilla y Madrid, olvidados del de la capital, a veces incluso hasta de los políticos más cercanos, nos conformamos con muy poco. Blanca ha abierto un pequeño salón de peluquería y ha sido como una bocanada de aire fresco en el pueblo. Es la alegría del personal en estos días. Estamos acostumbrados a que se cierren establecimientos, no a que se abran, a ser cada día menos los que viven en él. Saber que no tienes que desplazarte a otro para algo tan simple y necesario como es cortarte el cabello nos parece un milagro, y sin el apoyo de los políticos, oiga. Me van a llamar exagerado, y lo entiendo, pero hay que vivir en uno de ellos para entender lo que supone algo tan sencillo como es el que tengamos una pequeña peluquería abierta, y una peluquera joven que se ha preparado para ello.
Blanca es joven, callada, delgada, muy delgada y preciosa como se es a esa edad. No es muy habladora, tampoco le es necesario en la profesión elegida. Tiene estilo cogiendo las tijeras, o por lo menos a mí me lo pareció, y trata el cabello que va a cortar con esmero, con una tranquilidad llamativa, con la profesionalidad de quien se ha preparado para ello. Si les digo que casi con cariño me van a llamar de todo, pero así es. Su coleta se mueve alrededor del sillón mientras unas tijeras en sus manos van dejando caer de mi cabeza el pelo sobrante. Era la primera vez que me sentaba en el sillón de Blanca, la hija de Adela, y no les voy a negar que no tuviera esa parte de recelo ante lo desconocido. Me levanté del sillón diciendo: He encontrado, por fin, una gran peluquera. Lo que no deja de ser una satisfacción.
No se va a quedar en ser solo peluquera, me dijo, quiere seguir estudiando para llegar a ser una gran profesora de peluqueras. Por un momento pensé, que poco nos dura lo bueno en los pueblos, por lo que le pregunté: ¿Vas a dejar de cortarnos el pelo a los vecinos? No, me contestó, lo seguiré haciendo. Unos cuantos días a la semana vendré. Al final me levanté del sillón contento, seguiremos teniendo peluquera y cada día con más y mejor experiencia. Seremos unos privilegiados nos va a tomar el pelo una profesora, lo que será la garantía de que tendremos la mejor peluquera de todos estos contornos. En algo seremos la envidia.
Se dan cuenta con qué poco se hace feliz a unos vecinos. El arroz de los sábados de Encarna Mari en el bar, Juan y su esposa que acaban de abrir el bar de la Plaza, Andrés, un boticario que nos trata con cariño, Encarna la de Emilio que nos prepara el adobo en su tienda, Jacinto que viene los jueves con la furgoneta de la caja y Blanca que nos pone guapos. Sin olvidarnos de Gabriela, que aseguran las lenguas de las vecinas que no hay quién haga mejor uñas en todo el río. Para ser felices, si nos damos cuenta, qué poca falta nos hacen los políticos, aunque es de justicia reconocer que se les necesita de vez en cuando, en las fiestas, cuando se corta el agua, se abre un socavón en una calle o el pueblo se queda sin el reloj de la plaza.