Una de las cosas que más me cuesta entender de la política en estos tiempos convulsos es cómo el voto de un diputado que debería representar a miles de ciudadanos con nombre y apellidos, se ha convertido en una simple ficha de cambio, una mercancía, un cromo con el que se trafica en pasillos oscuros, en lugar de ser la expresión digna de una voluntad popular. El interés general ha dejado de tener valor, y la voluntad ciudadana se ha sustituido por la lógica perversa del "yo te doy esto, tú me das lo otro". Nada nuevo, sí, pero cada vez más descarado.
Y es que ahora, justo cuando nos encontramos inmersos en el lodazal de presunta corrupción que salpica al PSOE, con los dos últimos secretarios de Organización tocados por la sombra de una trama sórdida y pestilente, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no se le ocurre otra cosa que iniciar una ronda de contactos. ¿Con quién? Con sus socios de Gobierno y con quienes lo apoyaron en la investidura. Y la pregunta que flota en el aire, que grita desde el sentido común, es sencilla: ¿para qué?
Si la intención fuera presentar una moción de confianza para revalidar su apoyo parlamentario y legitimar su permanencia en Moncloa, se entendería. Pero no. No hay moción de confianza. Ni rastro. ¿Entonces? ¿Qué demonios pretende Pedro Sánchez con esa ronda de conversaciones? ¿Hacer como que hace? ¿Pedir fidelidad en nombre del miedo al "fascismo"? ¿O simplemente diluir entre todos ellos su propia responsabilidad?
Lo más desconcertante, o quizás lo más revelador, es lo que hacen esos socios. Junts, por ejemplo, ya ha deslizado que estaría dispuesto a seguir sosteniendo al Gobierno siempre y cuando se cumplan sus exigencias sobre el catalán o se le transfiera la competencia de Extranjería a la Generalitat. Esquerra insiste en su demanda de una hacienda catalana propia. El PNV, Bildu, incluso Sumar o Izquierda Unida, cada uno tiene su menú de exigencias, su lista de la compra, y Sánchez ahí están recibiéndoles para tomar nota.
Todos usan palabras grandilocuentes, mucha indignación, mucho enfado, mucho cabreo, mucha pérdida de confianza en el PSOE... pero... nada de nada, de nada, de nada. Sumar quiere hablar de una agenda social, Junts una agenda catalana, ERC agenda de vivienda, Bildu una agenda vasca. Podemos la agenda antibelicista, PNV no sé qué de una raya...
Pero nadie, absolutamente nadie, pone sobre la mesa un plan serio y rotundo contra la corrupción. En esa ronda, ni el PSOE, que es el implicado directo, ha presentado un paquete de medidas para depurar responsabilidades, reforzar los controles o comprometerse con la regeneración democrática. Y lo que es peor: ningún socio se lo exige como condición para mantener su apoyo.
La excepción, tímida y casi testimonial, ha sido Esquerra Republicana y Podemos, que ha propuesto inhabilitar a las empresas implicadas en casos de corrupción para que no puedan contratar con la administración. Y ya. Fin del compromiso ético. Todo lo demás gira en torno a prebendas territoriales, cuotas de poder, identidades y privilegios.
Pero ni por esas. ERC y Podemos no ponen sobre la mesa eso como exigencia para mantener su apoyo al PSOE o retirárselo, y lo mismo en sentido contrario, no ponen al PP eso como exigencia para apoyarles en una moción de censura contra Sánchez.
Es una estampa triste, pero real. Estamos asistiendo a una forma de corrupción política que no se mide en sobres con dinero, sino en cesiones obscenas, en mirar hacia otro lado a cambio de conseguir algo a lo que no se tiene derecho por la vía democrática. Es la corrupción de las prioridades, la perversión del sistema parlamentario.
Los Presupuestos Generales del Estado son más de lo mismo. ¿Por qué no hay presupuestos? ¿Por qué se prorrogan una y otra vez? Muy sencillo: porque el Gobierno sabe que sus socios no los van a apoyar. Pero no porque estén en contra del contenido económico, porque es que ni tan siquiera hay proyecto presentado, es decir, no hay nada a lo que decir sí, o no, o presentar enmiendas. No, es porque no les interesa en absoluto el contenido. Les da igual el presupuesto. Les interesa lo que puedan rascar aunque nada tenga que ver con los ingresos ni con los gastos, ni con las infraestructuras... Aunque los presupuestos sean una ruina, aunque estén mal hechos o sean inservibles, da igual. Lo importante es el chantaje previo.
Es aquí donde la política se convierte en una burla para el ciudadano. ¿Cómo puede alguien sostener a un Gobierno cuando ese Gobierno está cercado por escándalos de corrupción y no hacerlo a cambio de medidas concretas sobre ese aspecto? Es como negocionar el apoyo al incremento del SMI a cambio de una ley para la protección del buitre carroñero, o rechazar una bajada de impuestos porque se ha apoya la causa palestina.
La verdadera "matraca", esa que tanto repite el Gobierno, no es otra que el uso de los grandes conceptos —"justicia social", "avances históricos", "mayoría progresista"— como cortina de humo para tapar un escenario donde todo se compra, todo se vende y nada se respeta. Ni la ética, ni la decencia, ni siquiera la inteligencia del votante.
Así que vuelvo al principio: ¿para qué sirve esa ronda de contactos en este momento? Porque si no es para limpiar la corrupción, si no es para recuperar la confianza ciudadana, entonces ya me lo imagino: sirve para lo de siempre.