Como ayer fue San Juan, me ha dado por recordar a otro Juan aprovechando el día descanso. No al Bautista, ni al del chiste, ni a ningún mártir bíblico, no. Me ha venido a la cabeza el hermano de Alfonso Guerra: aquel Juan Guerra que, sin cargo público, despachaba como señorito cortijero en la Delegación del Gobierno en Sevilla, recibiendo visitas, cerrando negocios y tomando cafelitos en horario institucional. ¿Su currículum? Ser hermano de quien por entonces era vicepresidente del Gobierno. El resto lo ponía el BOE.
Aquello ocurrió a finales de los años ochenta, en pleno auge del felipismo, y fue el primer gran escándalo de corrupción en la democracia postfranquista. El caso Guerra nos dejó claro que los tentáculos del poder no siempre necesitaban carné de partido ni acta de diputado: bastaba con tener el apellido correcto y una mesa en el despacho adecuado. Alfonso Guerra, icono de la izquierda intelectual y azote de la derecha más casposa, acabó dimitiendo en 1991. Pero eso sí, sin perder la superioridad moral que aún hoy pasea con garbo en las tertulias.
Y es que en esta España nuestra, donde la memoria es tan selectiva como la hemeroteca de un tertuliano en campaña, resulta que ahora Alfonso Guerra da lecciones de ética política, de regeneración, y hasta de lucha contra la corrupción en su propio partido. No es el único: hace unos días, 38 ex altos cargos del PSOE firmaron una carta exigiendo la dimisión de Pedro Sánchez “para restituir el honor del partido”. Entre ellos, nombres como José Barrionuevo y Rafael Vera, dos piezas clave del Ministerio del Interior felipista… condenados por el secuestro de Segundo Marey en el marco de los GAL. Sí, terrorismo de Estado. Casi nada.
¿Estos son los que vienen ahora a limpiar el PSOE con Fairy antigrasa? ¿De verdad pretenden recuperar la credibilidad desde las togas de la Audiencia Nacional? ¿El autor de la frase "Montesquieu ha muerto" de qué nos tiene que aleccionar?
Pero claro, si hablamos de desmemoria interesada, el PSOE no tiene la exclusiva. Que no se me olvide el otro gran vendedor de lecciones: José María Aznar. Ha dicho recientemente que Pedro Sánchez “tenía que saber” lo que hacían sus colaboradores, en alusión a la presunta trama de comisiones en torno a Ábalos, Koldo y compañía. Hombre, es lo dice él, que tenía a medio gabinete imputado o condenado y nos quiere convencer de que no se enteró de nada. De lo único que se enteró, eso sí, es de que Irak guardaba armas de destrucción masiva, aunque fue una pena que de lo que no se enterase es que era mentira y nos metiese en una guerra sin sentido. Y es que hablar catalán en la intimidad y calificar al mundillo de ETA como Movimiento Vasco de Liberación Nacional debe ser algo traumático para la memoria.
¿Se la refrescamos? Su ministro estrella, Rodrigo Rato, terminó condenado a más de cuatro años de cárcel por el caso de las tarjetas black de Caja Madrid, además de estar involucrado en el escándalo de Bankia. Pero no fue el único: Ángel Acebes tuvo que pasar por el banquillo, lo mismo que Jaume Matas, exministro de Medio Ambiente y expresident de Baleares, condenado por múltiples causas de corrupción. O Eduardo Zaplana, exministro de Trabajo, imputado por blanqueo, cohecho y malversación. Hasta Arias Cañete tuvo que aclarar su relación con sociedades familiares en paraísos fiscales.
¿Y ahora vienen a hablarnos de ejemplaridad? ¿De regeneración? ¿De “honor recuperado”? ¿Pero en qué capítulo de “House of Cards” creen que estamos?
La política española está llena de moralinas de saldo. Hoy se exige lo que ayer se esquivó. Hoy se señala con el dedo lo que ayer se metía debajo de la alfombra. Y lo más grave: quienes hoy van de adalides de la decencia fueron, en muchos casos, los protagonistas del desmadre original. A los que reventaron el bar se les ha olvidado que fueron ellos los que sirvieron las primeras copas.
Por eso este artículo se titula así, El hermano de Juan, en homenaje a aquel personaje que, sin ser nadie, lo fue todo gracias al poder de la consanguinidad, como ahora lo es David Sánchez, o en cierto modo, Begoña Gómez. Porque en el fondo, muchos de los que hoy dan lecciones —y me da igual el color de su chaqueta— no son más que hermanos de Juan: tipos que usaron el poder a su antojo, lo defendieron hasta las últimas consecuencias y ahora se atreven a pontificar como si la historia la hubieran escrito otros. Ahora Alfonso pide regeneración... pero dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité, nadie es mejor que nadie, pero tú... creiste vencer (leer en voz alta con el tonillo de la canción de El Último de la Fila).
Lecciones vendo… que para mí no tengo. También habría sido un buen titular para este artículo.