Vivimos tiempos extraños en este Estado llamado España, donde la política y la prensa del corazón se han fundido en un abrazo tan tóxico como el lodo que ha cubierto Valencia. Ahora resulta que media España, desde la comisión de investigación en el Congreso hasta la jueza de Catarroja, pasando por los senadores y los diputados de las Cortes Valencianas, se ha convertido en un tribunal de la Inquisición... gastronómica.
Todos parecen obsesionados con reconstruir minuto a minuto la sobremesa de Carlos Mazón aquel fatídico 29 de octubre. Que si estaba en el restaurante El Ventorro, que si se comió un solomillo o una ensalada, que si la cuenta la pagó la Generalitat o su bolsillo, que si bajó al parking o no bajó al parking. La curiosidad es humana, pero el enfoque es, permítanme la expresión, estúpido.
En el imaginario colectivo, y gracias a los duendes del autocorrector y la ironía del destino, a Mazón ya se le empieza a conocer como "Amazon". Y el mote le viene que ni pintado, no porque reparta paquetes, sino porque el día que más se le necesitaba, el pedido no llegó. El "paquete" de liderazgo se perdió en el reparto. Y ahí radica la verdadera tragedia, no en la guarnición de su plato principal.
Se nos está yendo la fuerza por la boca discutiendo si estaba ofreciéndole la dirección de À Punt a la periodista Maribel Vilaplana o si se tomaron dos cafés. ¿Qué más da? ¿Importaría acaso que hubiera estado en misa de doce, visitando a su madre enferma o salvando gatitos de un árbol? La respuesta es un rotundo no. El morbo de saber si hubo "copa y puro" o si acompañó a la señora al ascensor es carnaza para el cotilleo amarillento, un despiste de trilero para que no miremos la bolita.
Lo verdaderamente nuclear, lo que debería hacernos temblar las piernas —y aquí en Almería, que miramos al cielo con recelo cada otoño, lo sabemos bien— es que el Molt Honorable President no estaba donde tenía que estar. El problema no es que estuviera en un reservado; el problema es que no estaba en el CECOPI (Centro de Coordinación Operativa Integrada).
Mientras la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) pintaba el mapa de rojo y la Confederación Hidrográfica del Júcar veía cómo los caudales se disparaban hacia el desastre, el capitán del barco estaba fuera del puente de mando. Da igual si estaba de jarana o trabajando en una estrategia de comunicación futura. Un presidente de una Comunidad Autónoma no tiene horario de oficina cuando su tierra se enfrenta al abismo.
La defensa de que "no era su obligación legal" estar allí físicamente es un insulto a la inteligencia y a la ética política. Cuando el agua llega al cuello, el líder no delega; el líder está. Si Almería sufriera una desgracia semejante —dios no lo quiera—, no querríamos saber si el presidente de la Junta estaba de tapas por el centro; querríamos verlo con las botas puestas y el teléfono en la mano coordinando la emergencia desde el minuto cero.
Perseguir los detalles de la comida es reducir la negligencia política a un sálvame de sobremesa. La pregunta de "¿dónde estaba?" carece del menor interés estratégico. Ya sabemos dónde estaba: ausente. Estaba en el "no-lugar". Estaba fuera de cobertura moral y operativa.
Que la jueza investigue si hubo omisión del deber de socorro, faltaría más. Que las comisiones depuren responsabilidades políticas, por supuesto. Pero dejemos de lado el menú del día. Mazón no falló por lo que comió, sino por lo que no gestionó. Lo imperdonable no es la compañía, sino la soledad en la que dejó al centro de emergencias mientras la provincia vecina se ahogaba.
Si le pillan en un desliz personal, será la puntilla para su carrera, sí, y nos reiremos con la sorna propia de esta tierra. Pero eso es lo de menos. Lo de más es que, cuando sonó la alarma, "Amazon" no entregó el paquete. Y eso no hay hoja de reclamaciones que lo arregle.