Hubo un tiempo que todo lo vasco hacía mucho ruido. Empezando por el terrorismo, siguiendo con el independentismo, con el cupo, las negociaciones para las investiduras, la reforma del Estatuto... todo era constante primera plana, todo eran tensiones, broncas... noticias. Pero ese tiempo pasó desde que ETA desapareció.
Ahora, sin terrorismo, son los catalanes quienes han ocupado ese lugar -hace ya unos años- y los vascos han optado por seguir haciendo lo mismo pero en silencio, y consiguen más que nunca.
Si usted, querido lector, se ha levantado hoy a las seis de la mañana para ir al invernadero, o ha abierto su pequeña tienda en el centro de Almería peleando contra la inflación y los impuestos, le aconsejo que se siente antes de seguir leyendo. Porque lo que ocurre al norte de Despeñaperros, concretamente en ese "oasis" foral llamado Euskadi, no es economía, es alquimia. O mejor dicho, un truco de magia financiera donde el Estado pone la chistera y otros se llevan el conejo.
Resulta curioso cómo en España, ese Estado que algunos dicen que les oprime pero del que nadie suelta la teta presupuestaria, las matemáticas funcionan de manera distinta según el código postal. Los datos que nos llegan son para frotarse los ojos con lejía: el País Vasco, que apenas alberga al 5% de la población de España, concentra un tercio de todas las ayudas contra la exclusión social del Estado. Han leído bien. Un tercio.
El año pasado, según las cifras que manejan los organismos oficiales, 242.820 personas accedieron en todo el territorio nacional a la Renta Mínima de Inserción (RMI). Esta "red de seguridad", que costó a las arcas públicas 1.572,4 millones de euros, parece tener una inclinación magnética hacia el norte. Mientras aquí en el sur, la Junta de Andalucía hace malabares con un presupuesto ajustado para atender a una población de más de 8,5 millones de habitantes, en Euskadi han montado un sistema de bienestar dopado por el Concierto Económico.
Y aquí es donde entra en juego Lanbide, el Servicio Vasco de Empleo. Un organismo que, más que una oficina de colocación, empieza a parecer una ONG de lujo financiada con el dinero que, teóricamente, debería repartirse con equidad. La tasa de extranjeros que cobran la Renta Mínima en aquel territorio es diez veces superior a la del resto del país. Diez veces. No es un error tipográfico. Mientras en Almería la inmigración es sinónimo de sudor bajo el plástico para que Europa tenga calabacines en diciembre, allí parece haberse convertido en un modelo de negocio pasivo subvencionado.
Pero el sarcasmo supremo, la guinda de este pastel indigesto, no es solo económico, sino moral. Nos encontramos con una paradoja que haría reír por no llorar: antiguos miembros del entorno de ETA, esos que durante décadas socializaron el sufrimiento, ahora se han reciclado. Han cambiado la pasamontañas por la pancarta de la "lucha contra el racismo". Qué tiernos. Los herederos políticos de quienes señalaban con el dedo al "maqueto", ahora abanderan la solidaridad universal... siempre que la pague el presupuesto foral, claro está. Es el blanqueamiento definitivo: de la exclusión violenta a la inclusión subvencionada, todo gestionado desde la superioridad moral de quien nunca ha tenido que aportar a la "caja común" en igualdad de condiciones que un murciano o un extremeño.
Es fascinante ver cómo la izquierda abertzale, y el nacionalismo en general (ahora bajo la batuta del PNV de Imanol Pradales en Ajuria Enea), han construido una Arcadia feliz. Una sociedad donde el dinero fluye con una alegría que aquí desconocemos. ¿El secreto? No es que sean más listos, ni más trabajadores que un autónomo de El Ejido o Huércal-Overa. El secreto es el privilegio. Un privilegio que permite mantener unas prestaciones sociales de primera división mientras el resto del Estado juega en regional preferente.
Al final, la conclusión es dolorosa pero clara: la solidaridad en España viaja en una sola dirección. Mientras Almería reclama infraestructuras básicas que llegan con décadas de retraso (ese AVE que parece el parto de los montes), el País Vasco utiliza su llave de la gobernabilidad en Madrid para blindar un sistema donde ellos invitan, pero la cuenta, vía déficit y falta de solidaridad interterritorial, la acabamos pagando todos.
Así que mañana, cuando vuelva a madrugar, recuerde: hay quien vive del cuento, y hay quien paga la encuadernación. Y lamentablemente, a los almerienses nos ha tocado ser los editores forzosos de esta novela de ciencia ficción vasca.