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Emigrar a Marruecos
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Emigrar a Marruecos

Por Rafael M. Martos
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domingo 14 de diciembre de 2025, 06:00h
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Imaginen la escena, porque la realidad tiene la mala costumbre de superar a la ficción más retorcida. Año 2035. El puerto de Almería bulle de actividad, pero algo falla en la foto fija a la que estamos acostumbrados. Las maletas no viajan de norte a sur cargadas de regalos para las vacaciones, sino de herramientas de trabajo y currículos arrugados.

La historia es cíclica y tiene un sentido del humor negrísimo: podríamos estar a las puertas de ver cómo los ferris hacia Nador o Tánger se llenan, no de turistas, sino de mano de obra excedente que huye de la perfección tecnológica del Poniente.

Suena a delirio febril, lo sé. Pero echen un vistazo al campo. Mientras debatimos en las tertulias de bar sobre cupos y fronteras, la agricultura bajo plástico de esta provincia está sufriendo una mutación silenciosa. El invernadero ya no es solo plástico y sudor; ahora es un santuario de sensores, algoritmos y actuadores robóticos. El empresario agrícola almeriense, pragmático por naturaleza y necesidad, ha hecho cuentas. Y las cuentas le dicen que un robot recolector de pimientos no cotiza a la Seguridad Social, no se queja del convenio y, lo más importante, no duerme.

La robotización y la inteligencia artificial no son el futuro, son ese presente incómodo que ya se pasea por las ferias agrícolas y por los centros de investigación de la UAL o de Cajamar.

Y aquí viene la paradoja que haría reír por no llorar: a medida que el campo almeriense se convierte en un Silicon Valley hortofrutícola, la demanda de baja cualificación cae en picado. La máquina es más rentable, más precisa y, en términos puramente económicos —que son los que mueven el mundo, nos guste o no—, imbatible.

¿Y qué ocurre al otro lado del Mar de Alborán? Marruecos. Ese vecino con el que mantenemos una relación de amor-odio comercial, está pisando el acelerador. Su "Plan Generación Green" busca modernizar el sector, sí, pero su estructura productiva sigue dependiendo, y lo hará durante un buen tiempo, de la tracción humana. Su agricultura crece, sus exportaciones a la Unión Europea nos muerden los talones, pero sus invernaderos siguen necesitando manos, no microchips.

Aquí es donde la historia se sirve fría. Es muy probable que esos miles de inmigrantes que cruzaron el Estrecho buscando el 'Dorado' del plástico almeriense, hagan las maletas de vuelta. No por nostalgia, sino por pura supervivencia laboral. Regresarán a una agricultura marroquí que, aunque menos tecnificada, todavía ofrece un hueco para el saber hacer manual que aquí las máquinas están devorando.

Pero no se confíen, que esto no va solo de "ellos". Si la tendencia se consolida, el trabajador almeriense de toda la vida, ese que conoce el campo pero no el código binario, se va a encontrar en un desierto laboral, especialmente en el manipulado, que es una profesión que está en vías de extinción.

En este nuevo escenario que se dibuja en el horizonte, en Almería solo habrá sitio para tres tipos de perfiles: el que tenga el capital para comprar los robots, el que sepa manejarlos, y el ingeniero agrónomo capaz de susurrarles a los algoritmos para que no aplasten los tomates raf. El resto, la fuerza bruta, la mano de obra tradicional, corre el riesgo de convertirse en algo innecesario.

El Agrotech avanza imparable y no hace prisioneros. O nos convertimos en líderes mundiales exportando tecnología, patentes y software de gestión agrícola —dejando que otros se manchen las manos con la tierra—, o nos veremos en la extraña tesitura de mirar hacia el sur no con recelo, sino con necesidad.

España, como Estado, Andalucía, como Comunidad Autónoma, y Almería como vanguardia de ambos, deberían ir tomando nota. Porque si no espabilamos en la formación tecnológica masiva y nos adaptamos a este nuevo modelo donde el sudor es sustituido por el aceite hidráulico, quizá seamos nosotros los que acabemos buscando trabajo en los invernaderos de Agadir, explicando que, aunque no somos robots, aprendemos rápido. Vivir para ver.


Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería y Coordinador de la Delegación en Almeria de 7TV Andalucía

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"