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Gómez

Por Javier Irigaray
martes 17 de febrero de 2015, 07:23h

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Hoy confesaré que hubo un tiempo en que, como tantos otros de mi generación, sentí cierta simpatía por el ‘devil’, tal vez influenciado por sus satánicas majestades.

También, ya puestos, diré que, más recientemente, esa inclinación derivó a favor de Gómez. Ya sé que, precisamente ahora, no sea muy políticamente correcto que digamos, pero ese aire de seguridad que desprende, su carácter impulsivo y su dominio del francés, en la tercera acepción del término según el diccionario de la Real Academia, es decir, como lengua, virtud estrafalaria aquí, donde nadie parece tener el más mínimo interés por entenderse con nadie fuera de la propia piel.

Puede que fuera su forma de bailar el tango, el dominio que exhibe de la esgrima, su destreza atlética y la capacidad que siempre ha demostrado para realizar todo tipo de acrobacias avanzadas.
Tiene Gómez su punto excéntrico, no seré yo quien lo niegue, pero una sagaz habilidad a la hora de invertir que le ha convertido en multimillonario, en alguien inmensamente rico cuya fortuna le permite dedicarse a menesteres más extravagantes.

Tiene inversiones en todo el mundo y de todo tipo, incluyendo una granja de cocodrilos, pero nunca le preocupan el cierre de las bolsas. Ni aún en los días de bajadas vertiginosas de los valores que cotizan en el parqué se le borra la sonrisa de los labios, con el sempiterno habano prendido en la comisura.

En esos días, Gómez prefiere dedicarse a sus pasatiempos predilectos: simular accidentes ferroviarios con sus maquetas a escala, domar leones y otras fieras, bailar el tango o tirar a esgrima.
Gómez, sobre todo, ama a su adorada y pálida esposa, Morticia, que le hace perder el control cuando le habla en el idioma de Manuel Valls.

Madre no hay más que una, pero Gómez hay más. Tomás. O, por lo menos, había. La hija de aquel Gómez que interpretara Raúl Juliá se llamaba Miércoles y fue precisamente un miércoles, 11 de febrero, el día elegido por la mano de Sánchez, quién sabe si pariente de aquella Cosa sin cuerpo pariente del otro Gómez, para cesarle fulminantemente del cargo de secretario general de la Federación Socialista Madrileña sin esgrimir argumento sólido alguno a la ciudadanía ni a la militancia de su partido.

De fondo, una deuda de 221 millones de euros generada durante su mandato en el Ayuntamiento de Parla y las investigaciones de la UDEF.

Gómez, que es Franco por parte de madre, se enteró en un plató de televisión que le habían cambiado la cerradura de su despacho en la sede regional del partido en la Plaza de Callao y, en tono irónico, exclamó “¡Qué pena de mi partido, Dios mío! Yo tenía unas motos Vespa, pequeñitas, de colección, en mi despacho. Que me las ponga en una cajita”.

Mas según la comisión gestora que se ha hecho cargo del PSOE de Madrid, cuando ellos entraron en el despacho de Gómez el jueves 12 de febrero, un día después de la destitución, allí no había ninguna Vespa. Allí, dicen, no había nada.

A mí, la verdad es que me da igual quién dirija al partido socialista de Madrid o dónde están los 221 millones de Parla, pero lo de las motos en miniatura… ¡eso tiene que aclararse!

Javier Irigaray

Presidente de Argaria, asociación cultural