Los Olores de Almería, las enumeraciones caóticas
domingo 27 de septiembre de 2015, 21:12h
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Hay días en que los sentidos reclaman un protagonismo diferente, días de “reflexión”, de observar las cosas, los entornos, el discurrir de la vitalidad de la ciudad, porque ésta se comporta, de alguna manera, como un organismo. Es de día, y sales a pasear, dejas la mente que regrese a casa, ves, oyes y hueles.
Hacia el este y el norte, en despliegue gradual, la ciudad huele a nuevo, a niños, parques, vegas edificadas con islas familiares humanas bajo el control mensual hipotecario, “fitnis”, gastrobares y talleres de segunda mano con grasa y neumáticos low cost; trenes lentos, grava, polígonos variopintos, distribuidoras de alimentación germanas; pucheros, puñales, pena negra, duende…almuédanos con disfonía, corderos ismaelíes sacrificados…; y huele a río seco…; a cañada y cañaveral, autovía, a tomates raf; santos urbanos, boticarios, alquianes, sirenas, lomas pardas y a música reiterativa, tecnológica, como de aeropuerto.
Hacia el poniente, luz y mar y botánicos del largo parque ribereño, e hidrocarburos de ferrys, TIRs, lonja, sal. óxidos y sudor de brega; a palmeras datileras sorprendidas, murallas, calizas, casas cúbicas, en despliegues horizontales ascendentes, estrechuras regias, bazares con pieles curtidas, de recuerdos caprinos penetrantes, tés con hierbabuena, comino y tiempo lento, como detenido, tiempo almeriense, tiempo azul.
En la puerta de Purchena los autobuses, que acogen personas absortas en sus teléfonos inteligentes, giran y buscan su línea y su destino, ciudad arriba, ciudad abajo, como el periodista que decidió instalarse en este devenir de derrota y andar pausado. Paseo abajo, a tu derecha, te llegan aromas de café molido, bullicio de camareros, sesenta y nueves, la niña bonita, terrazas, perfumería y lencería delicada con carteles y mujeres imposibles, a encaje que tiembla; y bancos, menos bancos que hace 7 años, fríos y solemnes, como su materia prima, temerosa y escasa; y otros amables, donde gente se sienta a ver pasar gente.
A tu izquierda te llega el olor a pescado, el recuerdo aún vivo de la noche anterior, cuando aún vivían en la mar, ahora dormidos sobre lechos de espliego e hielo, resbalosos, atractivos, metálicos, rosas, irisados, con los ojos tristes, y el cartel con el precio y linaje señalándolos. Este olor domina sobre el de la huerta, las bellas frutas, los austeros encurtidos y los ardientes salazones. Ante las canales expuestas, nutricias e invitadoras, ojos carnívoros escrutan signos milenarios cual estrictos veterinarios de abastos…. El mercado te acompañará sensorialmente justo hasta el límite en que el horno, la pastelería, las empanadillas, los bollos glaseados toman el relevo que parecen dar una oficina de notarios y un centro de cirugía estética y reparadora y dentistas reunidos…pero sólo es un espejismo que rompe la llegada del aroma familiar, nostálgico, tierno y caliente que proporciona los crujientes churros cantados por camareros convertidos en cooperativistas.
Las Instituciones no huelen, son planas, duras, y son altivas y frías, y están amuralladas, protegidas, aisladas, detrás de las invisibles barreras que levanta el poder social constituido, hegemónico , el olor antiguo de la profunda anomalía democrática socialista, el poder civil andaluz que aquí tiene notas de cuero, caja de puros, pelo de gato y de firma electrónica; del judicial, con leves átomos sensibles y densos humos llenos de sentido y rigor; del poder estatal, como degradado sin notarlo del todo, sus agentes del orden, sus contables, sus legajos presupuestarios para el museo contiguo, y la munición recién disparada de aquella histórica batalla de Arapiles…
La plaza vieja huele a descuido juntero, culinary center vasc y hotel con encanto, trajín de ediles y funcionarios, mártires liberales isabelinos, zocos, chumberas atacadas de sol, sufismo y música; a soportal necesitado de ser aireado, azotea; horizonte, y futuro; y a traiciones cainitas y democracia de san jorge,… y a limoneros silenciosos de discretas monjas ocultas.
La catedral atrapa aromas de cronómetro detenido, de sombra, piedra y bronce; evoca en nariz elevados humos de cera, madera trabajada, betún de judea, pero también huele a oración, imposibilidad y a densidad solemnes.
Unos metros más abajo y ya te deslumbra, acogedora, dominante e inmensa, la mar: bella y terrible, como el alma que dicen tiene cada persona de esta esquinada y paciente ciudad, una ciudad penetrante de pasos rítmicos de pasión, cadenas de abril y agonías, que entran por la nariz, ciudad desquiciante, única, en olores, y para los sentidos.
Dedicado a Elena Ríos, almeriense ciega con visión de túnel que ve más que nosotros, administrativa de la once, escritora, inteligente y bella.
Concejal del Ayuntamiento de Almería por el Partido Popular
Médico de profesión. Ha sido presidente del Sindicato Médico en Almería
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