Han pasado ya dos días desde que Pedro Sánchez bajó desde su Olimpo particular a la sede del PSOE en Ferraz para ofrecernos su última performance política. Como buen actor —no lo digo por el maquillaje... ¿o quizá es UVA?— de monólogo, pero sí nos regaló algo de lo que tirar: contradicciones, ataques velados y ese victimismo marca de la casa que ya forma parte del ADN del sanchismo según su propia definición.
La comparecencia estaba convocada a la una de la tarde, y el presidente, en un alarde de sinceridad innecesaria, confesó que no había comido ¡y eran ya las cinco! Lo dijo como quien espera compasión. Lo curioso es que los periodistas convocados tampoco habían comido, pero a ellos no les dedicó ni una mísera mención. Porque claro, el hambre del presidente siempre pesa más que la del resto de los mortales. Prioridades.
Pero más allá del estómago vacío, lo verdaderamente indigesto fue su discurso. Sánchez, con su habitual tono solemne —ese que ya debería estar en el registro de patentes—, aseguró que su partido no actúa como el PP, que ellos no persiguen periodistas, ni fiscales, ni jueces. Que son demócratas. Que creen en el Estado de Derecho.
El problema es que lo que dice no casa con lo que hace. Porque basta tirar un poco de hemeroteca para recordar cómo se calificó de pseudo medios y tabloides digitales a quienes osaron publicar informaciones sobre su mujer, Begoña Gómez; sobre su hermano David Sánchez Pérez-Castejón; o sobre su entonces escudero fiel, Santos Cerdán. ¿Y qué vino después? Una ofensiva política, mediática y jurídica para tapar bocas y desacreditar a todo el que pusiera en duda la honradez del entorno presidencial.
¿Que la Guardia Civil investiga? Pues a por la UCO.
¿Que los fiscales no se pliegan? Se reforma la ley para que la Fiscalía —que, como él mismo reconoció, “depende del Gobierno”— tenga el control de las investigaciones.
¿Que los jueces hacen su trabajo? Se les acusa de lawfare.
¿Y los medios? Responden a oscuros intereses.
Así que no, señor presidente, no puede ir por la vida diciendo que no persigue a nadie, cuando ha puesto a su Gobierno, a sus medios afines y hasta a sus fontaneros políticos (hola, Leire Díez) a buscar la forma de frenar cualquier investigación o publicación incómoda. No, no ha estado quieto, ha maniobrado para bloquear todo.
Y luego está lo del Informe Cerdán. Ese que, según él, “es solo un informe”, como si fuese una servilleta garabateada en un bar. Pero resulta que ese papelito ha servido para forzar la dimisión de su secretario de organización. ¿Cómo es eso? ¿Dimite por algo que no tiene valor? ¿Entonces por qué se va? ¿O es que tenía valor político, legal, o directamente penal?
Es decir, el Informe Cerdán, no tiene gran valor, pero le obliga a dimitir, y la imputación de su hermano y su esposa, que son mucho más que un informe, no merecen palabra alguna.
El mismo patrón se repite con José Luis Ábalos y el caso Koldo. Ni una sentencia, ni una imputación formal, pero fuera del partido. En cambio, Sánchez sigue. Él nunca dimite. Él nunca tiene nada que ver. Él es la víctima perpetua de un sistema que, casualmente, siempre va contra él y los suyos, nunca contra los demás.
Y para rematar, cuando se le pregunta por un posible adelanto electoral, responde con una rotundidad que sólo se le puede permitir alguien que vive desconectado de la realidad: “Las elecciones son cada cuatro años”. Falso. Su primer mandato nació en 2018 de una moción de censura y se tradujo en elecciones en 2019. Luego repitió porque no pudo formar Gobierno. Lo suyo no han sido una legislaturas de cuatro años ni por asomo. Pero ya sabemos: si lo dice Pedro, será verdad aunque no lo sea.
Esta es la política sanchista: posverdad constante, victimismo calculado y desprecio por cualquier voz crítica. Eso sí, con mucha épica. Porque en su cabeza, siempre está salvando la democracia… aunque para ello tenga que arrasar con sus instituciones.
Pero no se va. Confía en conversar con los grupos de la investidura, y la pregunta es para qué. Esos grupos no le han apoyado ni unos solos presupuestos, y le han dejado tirado en numerosas votaciones, contra ellos está entregando el Sáhara a Marruecos, contra ellos está aumentando el presupuesto en Defensa, contra ellos... en fin...
Más allá de ello, insisto, la pregunta es para qué. Si no va presentar una moción de confianza ¿qué necesita hablar con ellos?
Así estamos: con un presidente que no come, pero se traga sus propias contradicciones con una facilidad pasmosa. Y lo peor es que espera que el resto también nos las traguemos.