En Almería, donde el invierno suele ser una sugerencia amable más que una imposición meteorológica, hemos notado cómo el termómetro ha bajado unos grados. Se han encendido las estufas de pellets en Los Vélez y se han sacado los abrigos en el Paseo. Pero el verdadero frío, ese que cala hasta los huesos y hace castañear los dientes, no viene del norte de Europa, sino de los pasillos de los tribunales y de las grabadoras de la prensa madrileña. Y es que, ahora que hace frío, parece que algunos han decidido que la mejor forma de entrar en calor es prenderle fuego a la estructura que los cobijaba. O, como se dice castizamente, tirar de la manta.
Hablo, por supuesto, del dúo dinámico que ha pasado de gestionar el Ministerio de Transportes a protagonizar la crónica negra de la política del Estado: José Luis Ábalos y su sombra, Koldo García.
Ambos, cercados por los informes de la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil), que diseccionan sus movimientos con la precisión de un cirujano, han empezado a conceder entrevistas con un tono que oscila entre la confesión y la amenaza velada. Suenan a entrevistas póstumas —políticamente hablando, se entiende—, pero son en realidad un aviso a navegantes: si ellos se congelan, en Moncloa van a necesitar algo más que calefacción central.
La cuestión es si este súbito ataque de sinceridad responde a una estrategia de defensa o al pánico escénico ante la posibilidad de cambiar el escaño (o la marisquería) por el rancho de una prisión provisional. El frío carcelario agudiza el ingenio y suelta la lengua.
Ábalos, el que fuera todopoderoso Secretario de Organización del PSOE, ha dejado caer perlas que deberían hacer temblar los cimientos de Ferraz. Ha señalado directamente a Begoña Gómez, esposa del presidente, en relación con el rescate de Air Europa. Con una sutileza digna de estudio, el exministro viene a decir que, si hubo tráfico de influencias, quizás habría que mirar quién se reunía con quién mientras se firmaban los cheques del Estado. Pero no se ha quedado ahí. En un giro de guion que ni los mejores dramaturgos, Ábalos ha deslizado dudas sobre el uso de la vivienda oficial de la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. ¿Quién vivía allí realmente? ¿Qué usos se le daban? Ábalos tira la piedra y esconde la mano, pero el cristal ya está roto.
Y luego está Koldo. El hombre para todo. El que ha pasado de custodiar los avales de Pedro Sánchez a custodiar sus secretos más inconfesables. Koldo ha decidido que la lealtad tiene un precio y que el suyo ya no se paga. Ha soltado la bomba de una supuesta reunión secreta entre Pedro Sánchez y la cúpula de Bildu en un caserío vasco, previa a la moción de censura de 2018 que desalojó a Rajoy. También ha hablado de las cesiones al PNV.
Aquí es donde debemos detenernos y hacer una distinción quirúrgica. ¿Estamos ante una manta judicial o una manta política? Porque reunirse con Arnaldo Otegi para pactar una moción de censura puede no ser un delito tipificado en el Código Penal, pero es un escándalo político de primera magnitud para un presidente que negó por activa y por pasiva tales alianzas. Que el arquitecto de la moción confiese ahora los planos ocultos del edificio no te lleva a la cárcel, pero te desnuda ante la opinión pública.
Sin embargo, cabe preguntarse si todo esto servirá de algo. Porque si algo ha demostrado Pedro Sánchez es que su Manual de Resistencia tiene un capítulo especial sobre cómo ignorar la realidad. A este presidente, los escándalos parecen resbalarle como el agua en un impermeable. Mientras Ábalos y Koldo tiritan de frío y miedo ante lo que se les viene encima, Sánchez sigue caminando, imperturbable, convencido de que en su realidad siempre hace sol.
La pregunta que nos hacemos desde esta esquina del mapa, mientras observamos el espectáculo con la distancia prudente que da vivir en la provincia de Almería, es sencilla: ¿Se atreverán a tirar de la manta hasta el final, dejando al descubierto todas las vergüenzas del Estado, o solo están enseñando un poco la patita para negociar una salida airosa?
Porque hace frío, sí. Pero en Soto del Real dicen que las noches son mucho más largas. Y cuando uno se ve solo y a oscuras, la tentación de encender la luz y contarle todo al juez puede ser la única forma de sentir un poco de calor. Veremos si la manta es lo suficientemente grande para taparlos a todos o si, al final, solo servirá para constatar que el rey, efectivamente, iba desnudo.