Hace medio siglo, cuando en 1975 la entonces Caja Rural —hoy Cajamar— decidió poner en marcha la Estación Experimental de Las Palmerillas, lo más revolucionario que se podía ver por estos lares era un plástico extendido sobre palos y alambres. En aquel momento, la innovación consistía básicamente en domar una tierra seca y hostil para convencerla de que fuera un vergel. Cincuenta años después, la historia de esta provincia ha dado un vuelco copernicano: hemos pasado de ser una tierra de emigrantes con la maleta de cartón a ser una tierra de acogida laboral; de exportar mano de obra a importar talento y brazos. Y todo eso lo hemos hecho, no nos engañemos, con el viento de cara.
Porque si hay algo que tiene mérito en el "milagro almeriense" es que se ha construido a pesar de los elementos y, sobre todo, a pesar de los despachos. Nuestro potencial económico, que sigue teniendo su columna vertebral en el agro, no encuentra más techo que el que nos imponen desde fuera. Ahí tenemos esa red ferroviaria tercermundista, o mejor dicho, inexistente para mercancías, que nos mantiene aislados del resto del Estado y de Europa. Mientras esperamos a que el Corredor Mediterráneo deje de ser una leyenda urbana y se convierta en raíles tangibles, seguimos lidiando con políticas erráticas —cuando no directamente suicidas— que llegan desde Madrid o Bruselas, permitiendo que socios directos (y competidores feroces) nos coman la tostada con reglas del juego distintas.
Y, sin embargo, a pesar de los políticos y su asombrosa capacidad para estorbar, el campo almeriense sigue empeñado en dejarnos con la boca abierta. Lo comprobé hace poco paseando por lo que se cuece, o mejor dicho, se incuba, en Cajamar Innova. Si hace décadas el futuro era el invernadero tipo parral, hoy el futuro son algoritmos, sensores y biotecnología.
Es, permítanme la expresión, para flipar.
Tuve la oportunidad de asomarme a los proyectos de una decena de startups que operan en esta incubadora tecnológica por la que ya han pasado cerca de 95 empresas emergentes. Y la conclusión es clara: el talento existe y la capacidad de reinvención está intacta. Lo que vi allí demuestra que el agricultor que no se suba al carro de la innovación se quedará, literalmente, en el siglo pasado. Y no hablo de futuros lejanos, sino de tecnología que ya está aquí para producir más, con mejor calidad, mayor seguridad alimentaria y mucho menos esfuerzo físico y financiero.
Hablamos de alquimia moderna. Me encontré con inventos como un desinfectante que parece cosa de magia, pero es pura ciencia: 200 veces más eficaz que la lejía, capaz de fulminar plagas y microbios, pero con la inmensa diferencia de ser inocuo. Está compuesto básicamente de agua y sal activada electroquímicamente. Tan seguro es que se puede aplicar en el invernadero con los trabajadores dentro e incluso se podría beber. Adiós a los trajes de astronauta para sulfatar; hola a la química verde.
Pero la cosa no queda ahí. La gestión del campo ha pasado de la intuición del abuelo a la precisión del Big Data. Hoy existen sistemas que predicen el clima local con una exactitud que ya quisieran en los telediarios, calculan los insumos exactos que va a pedir la planta y te hacen una previsión de la cosecha en tiempo real. Y todo esto, señores, en el bolsillo. Mediante una aplicación en el móvil, el agricultor ya no es que controle el riego, es que supervisa cómo una máquina lo hace por él, basándose en lo que le chivan unos sensores clavados en la tierra.
Hemos llegado al punto en que hay máquinas, auténticos "ojos" digitales, que fotografían y escanean sistemáticamente cada planta. Gracias a la inteligencia artificial y la visión artificial, estos sistemas son capaces de detectar si una mata concreta tiene un virus o si está empezando una plaga antes de que el ojo humano pueda siquiera sospecharlo. Son trampas digitales, monitoreo constante y diagnósticos inmediatos.
Es asombroso. Es la demostración de que el sector agroalimentario de Almería no solo planta pimientos, sino que planta conocimiento. El futuro de nuestra agricultura está garantizado, sí, pero con una condición: que los agricultores entiendan que lo que hasta ayer era vanguardia, hoy es arqueología. Y, por supuesto, que la clase política, desde la Junta de Andalucía hasta el Gobierno del Estado, tenga la decencia de no meter la pata más de lo habitual y nos den, al menos, las vías para sacar toda esta riqueza al mundo.