En este «mundo traidor», dónde todo depende de un color de libre elección y como patear el idioma no está penado, cada cual se fabrica un idioma a su medida. En realidad no tanto: la inmensa mayoría sigue necesitando figuras, líderes en quienes mirarse (así nos va). Basta con que un político, o algún artista en bastante menor medida o alguna figura chabacana impuesta por la también chabacana tele, olvide una palabra o simplemente no alcance a conocerla y la cambie por la que mejor le suene en ese momento. De esta forma, por ejemplo, alguien en caso de olvido de la existencia de los términos circunstancial, ocasional, temporal, coyuntural, transitorio, o no los conoce, la sustituya por puntual. Con lo cual, de pronto, cualquier cuestión deja de ser coyuntural, circunstancial, etc., y se limita a llegar a su hora. Buen arreglo; si continúa esa pretenciosa «evolución», un día pedirás un destornillador y te darán una silla, por ejemplo.
Cada persona pretende tener un idioma propio, de esa forma todos superan a los demás en sabiduría idiomática. No obstante peor son los elementos grupales, los «lenguajes de tribu». Pero lo peor de todo, lo más grave, es la causa. En otros países sólo se preocupan de pronunciar como pronuncian y si no me entienden que aprendan. Pero en el Estado español unos se auto elevaron al podio para reiterar sus laísmos, leísmos y cambios de formas del verbo, y como indiscutibles bienablaos, por pronunciar las “s” finales y las “d” intervocales, se dedicaron a menospreciar a los andaluces por «hablar mal», pobres ignorantes ellos, pues no hay idiomas bien y mal hablados. Hablar bien no es reproducir el idioma escrito, porque el idioma escrito sólo es la forma de representarlo, pero el original, el primordial, el que marca el camino es el hablado. Por tanto hay distintas, diversas maneras de hablar, porque el idioma no es un ente estático. Lo será cuando caiga en desuso. Pero mientras esté en funcionamiento es un ser vivo y por tanto sujeto a constante evolución y enriquecimiento, a pesar, incluso, de que algunas veces el enriquecimiento se quede en retraso. Porque no debe confundirse: una cosa es evolucionar de forma natural, y otra muy distinta inventar, o lo contrario como en este caso es la sustitución de una palabra por otra de significado distinto. No se puede llamar evolución, lo que en todo caso sería in-volución.
El problema, como no podía ser menos, es para el pueblo andaluz, culpable de estar perdiendo su léxico, a paso lento, menos mal, un léxico innovador, avanzado y peor aún, perderlo debido al complejo inducido y lamentablemente adoptado por los andaluces. El complejo o sentimiento de «hablar mal». Y como hablar mal mostraba un pueblo inculto, la solución estaría en asimilarse, igualarse a sus críticos. Así, por ejemplo, en el caso de algo tan simple y característico como la masa frita denominada calentitos, jeringos, tallos o tejeringos, según las zonas de Andalucía, Extremadura, Murcia y La Mancha, se desplace de forma vergonzosa para sustituirlos por la mesetaria «churros», más fina por… dejémoslo ahí. Pues bien, sépase que un churro es una cosa mal hecha, y los calentitos, jeringos, tallos o tejeringos, están riquísimos.
Se trata de un detalle secundario, tal vez, tal vez no. Porque es un reflejo claro, es el resultado de una persistente labor de lavado de cerebro, una campaña combinada de escuela, medios de comunicación y esa parte de público engreído, de corte racista, auto elevado en su pretendida superioridad. Pero a ver si esos medios de (in)comunicación sabrían explicar por qué llamar al mueble receptor de nuestra evacuación “agua sucia” (traducción literal de wáter close), si debe ser la más limpia de la casa, más correcto que llamarlo retrete, su nombre original. Por qué es más correcto llamar churros a la masa frita, palabra santificada por los medios, en especial por la TV. Por qué en vez de seguirlos no se corrige a los políticos, influencer y famosos de mesa de chismorreo y por encima de sus errores, tal vez disculpables, no se llama a cada cosa por su nombre.
En el idioma escrito ya se cuenta con un corrector inmediato. Es en el uso hecho del hablado dónde se puede calibrar con precisión el nivel cultural de un pueblo, y los pueblos, por más criticados que puedan ser, tienen el derecho a y el deber de mantener viva su cultura.