La frase de Esquilache, el ministro del motín del mismo nombre por prohibir el embozo usado para ocultar el rostro, lo que favorecía la comisión de robos y crímenes, sigue vigente doscientos años después. This is the Spain, que diría el humorista.
Por lo visto, vamos a los hechos, el pueblo sigue siendo menor de edad, por tanto manipulable por diversas fuerzas: gobierno, oposición, grupos económicos de presión (sin haber mirado la factura en su vida, hay quienes aseguran y discuten que la mayor parte del coste de la electricidad son impuestos. No sólo. También se niegan a saber que un elevado porcentaje es un invento ¡genial!, para las eléctricas, está claro: además de la cuota de potencia, que se paga aún sin consumo, una considerable elevación del importe, apellidado “déficit de nosequé” y toda una retahíla, tan bien montada como incomprensible para sumar al beneficio de la empresa eléctrica.
Una muestra más de infantilismo, una prueba de la permanente minoría de edad del/la votante. Como las personas que, abordadas en un gran supermercado de mucha fama, ganada en tiempo récord gracias a su fulgurante carrera en la creación de la mayor cadena peninsular, respondía a las preguntas:
—¿Por qué compra aquí?
—Me gusta
—¿No se ha dado cuenta que esto es más caro?
—Yo no lo veo caro
—¿Con qué otros establecimientos lo ha comparado?
—¿Yo? Con ninguno
Irresponsable inocencia para quien entrega sus ajustados ingresos sin ni siquiera comparar precios. Si tan inocente se puede llegar a ser cuando el interés procede del bolsillo ¿qué puede ocurrir en todo lo demás? La propaganda, el tamaño importa, vaya si importa, comprar en un super grande de la mayor cadena parece dar glamour, elevar la categoría al comprador o compradora. En definitiva, dejarse llevar por una apariencia completamente ajena a la realidad. Porque en el fondo la realidad no resulta ser lo importante.
Así nos va.
Posiblemente la mayoría siga siendo menor de edad. Y conviene mantenerla en la infancia, en tanto así es mucho más manipulable. ¿Por quién? Por todos los poderes: económico, religioso, deportivo, político, que al final, como los mandamientos, se encierran en uno: el poder económico, padre y patrón de todos los demás poderes. El mismo conductor capaz de llevarnos a depositar un voto en una urna de plástico rígido, tanto como los cuatro años obligados a sufrir nuestra propia confianza. La confianza de cada cual, pocas veces movida por el análisis riguroso, muchas más por las simpatías, filias y fobias correspondientes y muchísimas más por una auto convicción procedente tan sólo de lo escuchado de forma parcial, y ya viciado, porque se carece de criterio para valorar en profundidad la acción de cada representante público.
Eso es la situación infantil, la minusvalía latente presente en esa mayoría denominada silenciosa, que hasta cuando deja de serlo queda indefensa frente a la demagogia y los intereses ocultos de una clase dominante. Pero es beneficiosa para el bipartidismo por temporadas, da igual, se garantiza la permanencia alternativa en el poder, fórmula mágica para dejar la decisión en otras manos más arriba promotoras inmobiliarias, sanidad privada, industria y energía. IBEX. Multinacionales amparadas en la “bella mentira” de la globalización. Los partidos se deben a intereses, los mejor situados, los más votados, más, porque los suyos no sólo son ajenos al de la mayoría, sino casi siempre contrapuestos. Por eso cuando algún partido de menor representatividad, los llamados pequeños o algún dirigente destaca en la defensa de acciones de cierto valor social, aunque sea mínimo, la oposición, azuzada por la “necesidad” de sus patrocinadores, desata la demagogia, siempre con la mayor suciedad posible. Aquí no hay derecha civilizada.
Feliz año a todos, queridos lectores. Leer nos distancia de la mediocridad.