Europa afronta una amenaza silenciosa que condiciona crecimiento, bienestar y soberanía
El viejo marino, sin preámbulos, abre la conversación:
—La UE, salvo excepciones, vive instalada en el autoengaño al utilizar la deuda como modelo para equilibrar los presupuestos y crecer, bajo la premisa de que esa deuda que no se paga y en el peor de los escenarios el BCE, el FMI o el B. Mundial vendrán al rescate.
Muchos gobernantes lo asumen como una ley natural —patada al balón y el siguiente que cierre la puerta—, aunque como en cualquier familia, la deuda tiene límites, costes y consecuencias, aunque Europa no es un país en vías de desarrollo, sino envejecido y sin crecimiento robusto.
Los datos son significativos, por ejemplo, Italia alcanza el 138,3 % del PIB, Grecia ronda el 161 %, Francia en el 115,8 %, Bélgica en torno al 106,2 %, Portugal baja, pero en el 96 %, y España se sitúa ya en torno al 103,4 % y Alemania, que era el ancla, del 60 % del Tratado de Maastricht, en el 63-64 %. Un cuadro que, lejos de mejorar, se tensiona porque se ha normalizado el déficit y convertido el endeudamiento en herramienta política.
En este escenario España renuncia a cerca de 60.000 millones del Next Generation, un 32 %. El ministro Cuerpo lo vende con «España se financia más barato en los mercados» y calla que no cumplimos los requisitos para acceder a la financiación —reducción de la temporalidad, retrasos en la digitalización, no presentar los presupuestos…—. Entre un préstamo europeo, con vencimientos modulables y financiarse directamente en los mercados —donde hay que devolver principal e intereses— la elección es obvia., salvo que no puedas optar al primero.
Nuestra joven profesora toma el testigo:
—Los datos son brutales. Se estima que la deuda real europea, incorporando pasivos ocultos y compromisos futuros, supera varias veces el PIB. Francia e Italia el 300–350 %, Alemania cerca del 250 %, y España figura entre los peores, por su bajo crecimiento potencial, un sistema de pensiones tensionado y el elevado gasto corriente, se estima que supera el 600 %. Con este panorama, el coste de la deuda es un impuesto silencioso que lastra nuestro crecimiento.
Italia paga unos 90.000 millones/año, Francia, más de 60.000 millones y España superará los 40.000 millones en 2025, más que el presupuesto destinado a industria, ciencia y digitalización; y no olvidemos que cada año vence entre el 20 y el 25 % de la deuda, que debe refinanciarse a tipos más altos que los de la última década, siguiendo esta tendencia, España pagaría entre 60.000 y 70.000 millones en 2030.
En la renuncia a los Next Generation hay un matiz preocupante, no se hace por estrategia, sino por incumplimiento nuestros incumplimientos, porque argumentar que los mercados ofrecen mejores condiciones es una verdad parcial, habrá que verlo de cara al futuro, porque habrá desaparecido el sello de credibilidad y garantía de la UE ante los inversores. Aunque disimulen esto es otro síntoma de deterioro institucional.
La deuda es también un problema demográfico. En 2050 Italia, Alemania y España tendrán menos de 2 personas en edad de trabajar por jubilado. Sin relevo generacional, con pensiones al alza y una base contributiva menguante. España, incluso en años de recaudación récord, no baja del 4 % de déficit. Si sumamos el envejecimiento, el estancamiento de la productividad y la ausencia de reformas, la «bola de nieve» fiscal solo puede crecer.
El marino sonríe con cierta amargura:
—Mientras el gobierno de Pedro Sánchez —el prestidigitador— aumenta el déficit como si no hubiera un mañana, mientras su propaganda insista en que «no pasa nada», que «otros países han impagado» o que «Argentina lleva un siglo en ese ciclo», pensemos en Grecia que estuvo al borde del colapso y aún paga las cicatrices.
La deuda no es sólo un problema económico, cuando un Estado debe demasiado, pierde soberanía, acepta condiciones externas, acaba imponiendo recortes y asume un riesgo que se obvia, la posible fractura social. Esos ajustes recaen en los jóvenes que no pueden emanciparse, en trabajadores con salarios estancados y servicios públicos saturados, inoculando la idea de que «la deuda es una invención neoliberal», pero la aritmética no es un constructo ideológico.
La profesora concluye:
—Algunos países de la UE, entre ellos España, se abonaron al déficit durante la crisis. Lo que debía ser coyuntural se ha convertido en sistémico. Vamos hacia un escenario de bajo crecimiento, envejecimiento acelerado, con una competencia global feroz y lo hacemos cargados con plomo. El gobierno de Sánchez financia cualquier ocurrencia política con deuda —subsidios mal diseñados, gasto corriente desmedido, estructuras duplicadas o promesas sin respaldo real—. Progresismo no es hipotecar el mañana para sobrevivir hoy.
Claro que, si los votantes no entienden estos extremos, la política seguirá tentada a la promesa fácil, el relato, la ideología y el populismo, porque estas políticas recuerdan al «Síndrome de la rana hervida» no se notan en el día a día, pero al final se muere.
El marino sentencia:
—Este es el resultado de navegar con novatos que confunden una racha de viento con una corriente permanente y con demasiados almirantes empeñados en desafiar las leyes de la física.
Se levantan, miran al mar y se van con cierta melancolía.