Ya fue publicada la sentencia al ex Fiscal General del Estado. Ya sus enemigos, tal como han defendido en público, pueden llamarle “delincuente”. Pero todavía la Sala II del Supremo no ha dicho por que la divulgaron antes de publicarla, que tampoco parece un comportamiento demasiado serio ni responsable. La sentencia no aporta ninguna novedad, sólo afirma “no se puede responder a una noticia falsa con un delito”, obviedad, que exige para ser cierta y poder ser aplicada la existencia de delito. Pero no se ha probado el delito más que en un endeble “no cabe duda que es culpable”. Es decir: se ha utilizado la opinión de cinco jueces para dictar una sentencia. Y por ese procedimiento podemos colegir una vez más, sin margen de error, que estamos todos en libertad provisional.
Porque si más de una docena de personas y de instituciones habían recibido la carta enviada por el abogado del denunciante, con anterioridad al denunciado ¿Cómo se puede creer que fuera precisamente el Fiscal o alguien de su entorno y con su conocimiento quien lo hiciera público? Así, ahora resulta que los cinco jueces firmantes de la sentencia son sabios, o adivinos. Afirman de forma categórica, aseguran con un débil “no cabe duda”. Eso, idiomáticamente, es una suposición. Y nos desayunamos con la desagradable noticia de que ahora los jueces pueden condenar por suposición. Gravísimo precedente en reclamación de la urgente reforma de la Justicia y la judicatura.
Cuando el enjuague hecho para limpiar por encima la imagen del anterior régimen, llamado “Transición” y considerada “modélica”, quedaron muchos flecos sueltos. No solamente flecos: verdaderos témpanos, fallos imperdonables que dejaron vivos “tics” y normas, costumbres del régimen anterior todavía en vigor en este momentl, todo con la genuflexión y el colaboracionismo de una parte importante de la oposición, aunque apoyados en la presión desde dentro para ceder con la misma excusa del miedo, única estratagema capaz de hacer callar a los reclamantes de enterrar el pasado con una transición y una ruptura limpias y definitivas con todas las leyes y normas de la etapa anterior.
Ahora, más de cuarenta años después, seguimos pagando aquellas fracturas, que buena factura nos están pasando.
Debemos comprender de una vez, todos, que un juez no es un ser especial, no está más cerca de Dios que de los humanos, aunque muchos procuren estar lejos de los humanos. Que es un hombre o una mujer como los/las demás, con sentimientos, con ideas propias, con ideología, con simpatías y antipatías, con preferencias. Y todo eso debe dejarlo bien guardado en un lugar seguro en cuanto pisa el edificio judicial, o mejor aún, en su casa, antes de pisar la calle.
Impartir Justicia puede ser todo lo contrario de imponer un criterio, una opinión. Y debe ser lo contrario, es lo importante. Todo ser humano con responsabilidad política o jurídica tiene el deber inalienable de ignorar sus sentimientos particulares para ceñirse a la Justicia simple y limpia. Para no dictar sentencia con argumentos débiles, discutibles o vagos. Para tener en cuenta el testimonio de docenas de personas y ponerlo por delante de su propio interés en condenar a un inocente, por más interés que pudiera tener. Ya lo dice una norma jurídica: más vale un delincuente libre que un inocente condenado. Ya tenemos bastante con el nunca ocurrido “crimen de Cuenca”, y sin embargo costó once años de cárcel y un grave descrédito público a dos acusados por la tozudez de un juez, descrédito y condena no resueltos después de varios años con la aparición de Grimaldos, supuesto asesinado. Ya tenemos suficiente con aquel “acuérdate del pobre panadero” de Alcalá de Guadaíra, ajusticiado por un crimen, aclarado cuando ya era imposible devolverle la vida y la dignidad.
Hace falta una reforma en profundidad. No podemos seguir permitiendo que la valoración personal, el interés personal, lo que sea, en definitiva una opinión, pueda tener más valor que la seguridad y el derecho de la persona a su dignidad. No debe permitirse que ningún grupo de presión pueda aprovechar una sentencia equivocada ni malintencionada para cebarse en alguien, porque eso no es Justicia: es linchamiento.