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Y mandar, mandar, mandar

miércoles 05 de octubre de 2016, 13:14h

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La elección de cualquier cargo, público o privado, no debería ser irreversible. El derecho de elegir debe estar respaldado por el de revertir la elección, sólo eso es democracia. Para la actual irreversibilidad habrá que inventar una definición. Pero si demo-cracia es el gobierno del pueblo, el simple hecho de elegir un representante y quedar obligado a mantenerlo, aunque no cumpla el objeto para el que fue elegido, tal vez pueda ser demo-urna, pero no “kracia”. No democracia. Esta reflexión sobre el verdadero significado de una palabra tan vilmente vilipendiada es válida para todo: para los órganos de gobierno a cualquier nivel, y para los de los partidos, cuyos dirigentes, con demasiada frecuencia, se auto-consideran legitimados para hacer y deshacer a su antojo o conveniencia, sólo porque un día, con anterioridad, hubo quien metió su papeleta en la urna lo cual, llegado a este comportamiento, obligan a considerar error del elector. Aunque el verdadero error es llevar al elector a la conclusión de que se equivocó al elegir.
Pero los políticos son especialistas en humo, en forzar la interpretación y razonar sobre cambio de colores. Ignoran que lo blanco no es rojo, ni lo azul, negro; y arrastran a mucha gente. Mucho cuidado hay que tener en la aplicación e interpretación de lo escrito más atrás. El elector tiene (debe tener) derecho y medios para revocar la confianza dada a un representante. Pero el elector, jamás otros representantes: ni dos partidos, por más votos que sumen tienen autoridad para cambiar una Ley votada por la ciudadanía, como es la Constitución, ni los directivos elegidos en un Congreso deben tenerla para destituir a otro elegido por el mismo Congreso. En una situación entre iguales, nadie puede -debe- arrogarse una representación que iguala a todos los electos, ni un poder que sólo corresponde a los electores.
Otra cosa es el derecho a opinar. Pero mal hacen los políticos al sacar sus trapos sucios fuera, al vaciarlos sobre la mayoría de la calle. Ese fatal “descuido” y el morbo informativo consecuente, fue uno de los principales factores en la debacle que terminó con el Partido Andalucista. Ahora, si los ex-dirigentes y casi la mitad de sus ejecutivos -mucho más curtidos y precisados del cargo que los del PA- provocan una guerra interna de dimensión elevada, será beneficioso para el conjunto de la Sociedad, pero cabe preguntarse a quien sirven realmente, aparte su propia ansia de poder personal, pese a que ese poder está en función de dónde se ejerce: un gran poder en un grupo residual, es un poder residual. Es lo que quedará en manos de Susana Díaz, ciega en su ambición y despreocupada de su Gobierno, dónde sí podría ejercer el poder, con tal que siquiera pensara un poco en Andalucía.
La guerra interna declarada por los partidarios de favorecer al PP les perjudica en sí misma. Y descubre a sus seguidores el verdadero valor de un voto entregado gratis al supuesto enemigo. Serias presiones y grandes compromisos contraídos con terceros -que es lo que nos afecta a los demás- deben agobiarlos. ¿Se habrán preocupado de asegurarse el sillón en su “otra” sede? No sólo el morbo, pero el morbo también azuza.

Rafael Sanmartín

Estudió Filosofía y Marketing y es especialista en Historia. Ha trabajado en prensa, radio y TV. Obtuvo el premio 'Temas' de relato corto por El Puente (1988), así como el '28-F' (2001), por La serie La Andalucía de la Transición, emitida por Canal Sur Televisión. De su producción literaria cabe destacar: El País que Nunca Existió (1977), El Color del Cristal, novela (2001), La Importancia de un Hombre Normal, que narra la biografía de Blas Infante, (2003), Historia de Andalucía Para Jóvenes (2005), Grandes Infamias (2006) y De Aquellos Polvos... La Autonomía y sus orígenes históricos (2011) Para el autor "la Historia es el espejo donde podemos vernos y conocernos, aunque, como está escrita por los vencedores, debe analizarse con espíritu crítico para poder interpretarla".