Cada 3 de mayo se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa, una fecha que nos invita a reflexionar sobre un derecho fundamental que, si bien constituye el pilar del ejercicio periodístico, trasciende nuestra profesión para erigirse como una libertad inalienable de toda la ciudadanía. Sin la libertad de prensa, entendida en su sentido más amplio –el derecho a buscar, recibir y difundir informaciones e ideas–, una sociedad difícilmente puede considerarse plena y democrática.
Este año, la celebración cobra un significado especial en Almería, donde la Asociación de la Prensa, que cumple ya 94 años de historia, ha decidido conmemorar esta importante jornada en Enix. Más allá de extender mi felicitación a todos los compañeros y compañeras de profesión, estén o no adscritos a la entidad, quiero aprovechar estas líneas para trasladar mi sincera enhorabuena a la propia asociación por su longevidad y, de manera muy particular, a su presidente, mi buen amigo José Manuel Bretones, que está logrando darle una presencia social que pocas veces ha tenido.
Pero un día tan marcado como este me impulsa a ir más allá de la felicitación y a proponer una reflexión profunda, marcada por un suceso reciente que nos afectó directamente: el apagón que sufrió la España peninsular desde el mediodía del lunes 28 de abril y que, en el caso de nuestra provincia, se prolongó durante unas 23 horas. Un corte que no solo nos dejó sin suministro eléctrico, sino que también tuvo un impacto significativo en nuestra conectividad a internet, reduciendo drásticamente el uso masivo que habitualmente hacemos de redes sociales y mensajería instantánea como WhatsApp o Telegram.
Lo llamativo fue que, a pesar de la incertidumbre que siempre genera una situación así, esas horas, incluida una noche completa sin luz, no derivaron en una crisis generalizada de seguridad ciudadana o desabastecimiento. Y me pregunto por qué. Quizás, precisamente, gracias a esa caída de la conectividad tal y como la entendemos hoy.
Durante ese tiempo, la ciudadanía se mantuvo informada, fundamentalmente, a través de los periódicos que lograron mantener su conexión online y, de forma primordial y como antaño, a través de la radio a pilas. Medios gestionados y nutridos por profesionales de la información, por periodistas, que supieron canalizar tanto los datos contrastados sobre lo que ocurría como las experiencias y vivencias de los oyentes y lectores. Fue, sin duda, un momento de profesionales de la comunicación, de profesionales de la información.
Imaginen por un instante que las redes sociales hubieran estado operando a pleno rendimiento, como lo hacen habitualmente. ¿Logran imaginarse la velocidad y el alcance que habrían tenido los bulos (fake news) más descabellados? ¿Cuántos supuestos asaltos, violaciones, agresiones, roturas de escaparates o asaltos a viviendas habrían sido reflejados, magnificados y viralizados? Y, por supuesto, no es difícil vaticinar que los principales protagonistas de esos supuestos crímenes habrían sido, inevitablemente, los inmigrantes y los menores no acompañados (MENA), como tristemente suele ocurrir en la esfera digital de la desinformación.
Pero es que, además, seguro que habrían corrido bulos en sentido contrario, generando una auténtica guerra de narrativas falsas. No ya solo en el ámbito virtual, sino con el riesgo inminente de que la gente hubiera salido a la calle, bien a protegerse de falsas amenazas, bien a cometer asaltos a supermercados o establecimientos, pensando poco menos que era el fin del mundo, influenciados por lo que "internet" –o, más bien, las redes sociales dentro de internet– estaba diciendo.
Afortunadamente, la limitación en el acceso a esa fuente constante de desinformación que son a menudo las redes sociales, nos permitió confiar en las fuentes de información tradicionales, en el periodismo profesional y contrastado.
Y es precisamente esta reflexión la que adquiere una relevancia capital este 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa. Lo sucedido durante el apagón es la prueba palpable de la importancia crucial de que la ciudadanía sea plenamente consciente de la necesidad de informarse a través de medios de comunicación contrastados, por profesionales del periodismo que verifican las fuentes y contextualizan la información, y no dejarse arrastrar por los permanentes bulos que circulan sin control en las redes sociales.
En gran medida, esa dependencia de las fuentes fiables –el periódico y la radio, gestionados por periodistas– fue lo que nos salvó de una potencial y grave crisis de seguridad ciudadana o social como consecuencia del apagón.
En este Día Mundial de la Libertad de Prensa, la experiencia reciente nos deja una lección ineludible: la libertad de expresión es un derecho fundamental, pero cuando de lo que se trata es de información este derecho debe ser ejercido y protegido de manera responsable. La fiabilidad de la información periodística, contrastada y verificada, no es solo una garantía democrática, sino, como hemos visto, una herramienta esencial para la convivencia, la tranquilidad y la seguridad en tiempos de incertidumbre. Defendamos el periodismo profesional y seamos críticos con la información que recibimos, especialmente en el volátil universo digital. Es un ejercicio de libertad y de responsabilidad ciudadana.