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¡A los huevos, tírale la pelota a los huevos!
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¡A los huevos, tírale la pelota a los huevos!

Por Juan Torrijos Arribas
viernes 08 de agosto de 2025, 06:00h
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Estoy sentado junto a una madre y esposa con el corazón partio, como diría nuestro gran Jorge Sanz. A escasos metros de distancia, tres una valla metálica y de metacrilato, se celebra la final del torneo senior de pádel de las fiestas del pueblo, en la cancha, frente a frente, su hijo y su marido. Sabe que uno de los dos será el campeón, el que recibirá durante la noche de gala la felicitación y el aplauso, junto a la medalla que con su nombre lo nominará como el campeón del torneo.

Le pregunto: ¿quién quieres que gane?

Su primera respuesta es:

“El niño, pero no creo que lo vaya a conseguir, su padre es muy competitivo, y no le dará tregua”.

Y no se la dio. Era un juego, no había dinero de por medio, solo la honrilla de la victoria, pero ni por esas. Las pelotas que lanzaba aquel padre llevaban metralla tras ellas, iban contra los tobillos, las piernas del jugador que tenía enfrente y los tantos iban cayendo de su lado.

Llega un momento en que la madre no lo puede aguantar y le grita a su hijo.

–¡A los huevos, tírale la pelota a los huevos!

Era el grito de una madre saliendo de lo más profundo de su alma al ver como su esposo estaba tratando a su hijo. No era un simple partido en juego en las fiestas del pueblo, se había convertido en un combate, en el que ganaría aquel que demostrara mayor coraje, competitividad y fuerza. La presencia del comportamiento de los dos jugadores en la cancha no dejaba de ser un espectáculo de demostración de fuerza y poder, y en este caso la fuerza y el poder estaba en la raqueta del padre, en la del hijo la juventud y el deseo de una madre por la victoria de aquel que llevó durante nueve meses dentro de ella y al que amamantó con sus pechos durante más de un año. Y el grito de esa madre se hizo viral entre los amigos que allí se encontraban.

–A los huevos, tírale la pelota a los huevos!

Estamos en un mundo en el que la competitividad se ha apoderado de nosotros, y queremos ganar hasta el más tonto juego en el que participamos, aunque el rival en ese momento sea nuestro propio hijo el que esté enfrente, intentando devolver unas pelotas que le tiras contra las piernas, los tobillos y el cuerpo, en el afán de vencer a toda costa. Llegamos a olvidar incluso a la persona contra la que nos enfrenamos, más joven, menos preparado, con menos fuerza y que encima es tu propio hijo. Pero la victoria es la victoria. Es posible que la sociedad nos esté obligando a una lucha sin cuartel, en la que ganar, ganar y ganar se impone por encima de cualquier otra opción, aunque el derrotado sea un miembro de nuestra propia familia.

Acabó el partido con la victoria del padre, como era de esperar, pero si algo resonaba entre los que allí estaban era la frase de una madre dedicada a su hijo.

–¡A los huevos, tírale la pelota a los huevos!