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El chasco indumentario
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El chasco indumentario

Por Rafael M. Martos
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miércoles 27 de agosto de 2025, 06:00h
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Almería, provincia de tradiciones enraizadas y de futuro que se labra día a día, celebra su Feria, un momento para el reencuentro con las tradiciones y el lucimiento. En estos días de agosto, entre el trajín de las casetas, ha emergido una iniciativa que, en un principio, podría parecer loable: la reivindicación de una supuesta "indumentaria tradicional almeriense".

El problema no es que un grupo de personas busque poner en valor un atuendo que consideran propio, sino el argumento que utilizan para ello, y lo que buscan con ello. Su discurso se basa en el rechazo, en desmarcarse por considerarlo "foráneo" y, en un gesto de una ironía mayúscula, en denostar precisamente el traje andaluz por excelencia: el traje de flamenca, de gitana, de sevillana... o de farales, que es como a mi me gusta llamarlo, pues es una palabra derivada del árabe y que describe para lo que es: fiesta. A poco que se rasque en la superficie de la historia, el chasco es inevitable. Y es que, en su afán por defender una tradición "pura", están abrazando un relato que se desmorona ante la verdad de los datos.

Tomemos primero la indumentaria masculina, la que ellos identifican como genuinamente almeriense: el zaragüell. Nos dicen que es una prenda nuestra, un símbolo de la identidad de la provincia.... nada que ver con Andalucía... que no... que esto es otra cosa. Sin embargo, la etimología de la palabra ya nos sitúa en un contexto mucho más amplio. "Zaragüell" proviene del árabe hispano sarawil, y este a su vez del árabe clásico, haciendo referencia a una suerte de calzones o pantalones. Esta vestimenta fue introducida por los árabes en la Península Ibérica y adoptada durante la Edad Media por el campesinado, no solo de Almería, sino de toda Andalucía y más allá. Era la ropa de trabajo, cómoda y funcional. Y es que por tanto, es una prenda morisca por los cuatro costados, usada por los felah mengus... es decir, los campesinos sin tierra, cuyo música dio lugar al flamenco, como la de los esclavos negros acabó pariendo el blues.

Pero el colmo de esta pretensión llega con la indumentaria femenina. En su cruzada por diferenciarse, este colectivo defiende el llamado traje de refajona y lo contrapone al popular traje de flamenca, al que califican de "sevillano" y ajeno. Lo que no parecen saber (o no quieren reconocer) es que el traje de refajona no es otra cosa que el embrión del propio traje de flamenca.

La evolución es clara y documentada. La bata de volantes y el refajo que usaban las mujeres rurales de toda la comunidad autónoma, incluida Almería, era la vestimenta común de las ferias de ganado. No fue hasta la Exposición Iberoamericana de 1929 en Sevilla cuando se decide estilizar, simplificar y embellecer esta prenda popular, añadiendo los volantes que hoy la caracterizan. La alta burguesía sevillana, de la que muchos de sus miembros venían de fuera de Andalucía, adoptó ese diseño y lo convirtió en un icono de fiesta. El traje de flamenca es, por tanto, una modernización estética y una celebración de una vestimenta que era compartida por todas las mujeres de nuestra Comunidad Autónoma.

Lo más curioso de este rechazo es que, en su defensa de una supuesta "tradición almeriense" y, por extensión, "española", estas personas denostan el único traje folclórico de todo el Estado que ha sabido reinventarse, evolucionar con los años y convertirse en el emblema más reconocible de España en el mundo. Mientras el resto de trajes se mantienen inmutables, el de flamenca se adapta, cambia y fusiona con la moda. Es el traje que, a través del baile y la estética, proyecta la imagen más festiva y universal de nuestro país.

En definitiva, la defensa de esta indumentaria tradicional almeriense, tal y como la plantean, es un chasco de proporciones épicas, porque quieren marcar distancias con lo "morisco" de Andalucía, pero acaban vistiendo como los moriscos, y reniegan de Sevilla, pero visten como lo hacían las sevillanas. Incluso muestran con orgullo un traje femenino que cubre todo el cuerpo de la mujer, menos los ojos... igualito, igualito que el nicab ¡vaya con las tradiciones españolas!

Y al rechazar el traje de flamenca, no solo le dan la espalda a la historia común de Andalucía, sino que, de forma involuntaria, reniegan del símbolo que la propia España ha elegido para representarse ante todo el mundo, como ha hecho con el flamenco, o con la tauromaquia (guste o no guste el espectáculo). Es decir, que también le da la espalda a esa España que tanto dicen defender.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"