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¿Y si lo eligieron a él?
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¿Y si lo eligieron a él?

Por Rafael M. Martos
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viernes 05 de diciembre de 2025, 06:00h
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Se ha especulado hasta la saciedad, casi hasta el aburrimiento en las tertulias madrileñas que aquí escuchamos de refilón, sobre la presunta miopía de Pedro Sánchez a la hora de seleccionar a su guardia pretoriana. Existe una especie de consenso nacional, mezcla de perplejidad y chanza, que señala que el actual presidente del Gobierno tiene un "ojo clínico" absolutamente desastroso para los recursos humanos. Se nos vende la imagen de un líder carismático, autor de manuales de resistencia que, paradójicamente, se rodea de una tropa que parece sacada de una película de serie B sobre conseguidores y fontaneros de la política. Pero con la distancia que nos da mirar el panorama desde esta esquina peninsular, me atrevo a pner en duda esa teoría de la torpeza inocente. ¿Y si estamos mirando el cuadro al revés? ¿Y si no fue el César quien eligió a los pretorianos, sino los pretorianos del subsuelo quienes buscaron a un César lo suficientemente moldeable y ambicioso para asaltar los cielos?

Hagamos memoria y pongamos los nombres sobre la mesa, que aquí no estamos para adivinanzas. Hablamos de la Santísima Trinidad de la fontanería de Ferraz en los últimos años: José Luis Ábalos, el todopoderoso exministro de Transportes y exsecretario de Organización; Santos Cerdán, su sucesor como secretario de Organización y custodio de las llaves (y de los secretos) del partido; y Koldo García, ese asesor para todo que pasó de la portería de un club nocturno en Navarra a custodiar la agenda ministerial y, presuntamente, las comisiones. Incluso si quieren, hasta pueden añadir a un tal Sabiniano, que tenía unas saunas para no-sé-qué, y también tenía una hija casadera.

La narrativa oficial, la que nos intentan colocar entre sollozos de traición, nos dice que Sánchez, en su épica travesía por el desierto a bordo de aquel mítico Peugeot 407, fue recogiendo a estos personajes por el camino casi por caridad. Se nos dice que el presidente del Gobierno de España desconocía las presuntas andanzas de Koldo, hoy investigado por la Audiencia Nacional en una trama de mordidas por mascarillas en lo peor de la pandemia. Se nos intenta convencer de que Sánchez ignoraba la supuesta "vida disoluta" que la UCO atribuye a Ábalos en sus informes, salpicada de gastos suntuarios, alquileres pagados por terceros y acompañantes vinculadas a tramas que harían sonrojar a un guionista de ficción. Resulta enternecedor pensar que el hombre que más información maneja del Estado no sabía lo que hacía su mano derecha, mientras su otra mano, Santos Cerdán, operaba en las sombras del aparato controlando el censo.

Pero cambiemos el prisma. Volvamos a aquellas primarias fratricidas de 2017. En aquel entonces, el aparato del Estado y la maquinaria pesada del partido estaban en Sevilla, con Susana Díaz. La expresidenta de la Junta de Andalucía era el sistema, el orden, la ganadora inevitable. Frente a ella, Ábalos, Cerdán y compañía eran, siendo generosos, el "inframundo" del socialismo oficialista. Eran los desahuciados, gente que sabía perfectamente que con la victoria del "susanismo" su carrera política terminaba en la irrelevancia más absoluta. Sabían que estaban defenestrados. No tenían nada que perder porque ya lo tenían casi todo perdido.

¿Qué necesitaban estos supervivientes para salir del agujero? No a un ideólogo, ni a un gestor brillante. Necesitaban un ariete. Necesitaban a alguien joven, con una fotogenia innegable y, sobre todo, con una ambición tan desmedida que fuera capaz de fagocitar cualquier escrúpulo previo. Alguien que pudiera defender una postura el lunes y la contraria el martes si eso le acercaba un centímetro más a La Moncloa. Y ahí estaba él.

Es más que probable que Ábalos, con su colmillo retorcido de viejo zorro político, y Cerdán, con la frialdad calculadora del que maneja los avales en la sombra, vieran en Sánchez al vehículo perfecto. Vieron que no había líneas rojas que no estuviera dispuesto a cruzar con tal de tocar poder, porque se atrevió y a punto estuvo, de dinamitar el PSOE desde dentro. Apostaron por él no por lealtad ciega, sino por pura supervivencia biológica en la política. Ellos pusieron la fontanería, las maniobras en la oscuridad y el control del aparato; él solo tenía que poner la cara, la sonrisa y la capacidad de adaptación infinita.

Ahora, cuando el lodo empieza a manchar las alfombras de palacio, Pedro Sánchez se sacude las solapas y dice sentirse traicionado, alegando ante los periodistas que "no los conocía bien" en lo personal. Y puede que tenga razón en eso; quizá él nunca supo realmente con quién se estaba jugando los cuartos en esas cenas largas. Pero lo inquietante, lo verdaderamente sarcástico de este sainete, es que ellos sí lo conocían perfectamente a él. Sabían exactamente qué tecla tocar y hasta dónde podían llegar utilizando su ambición como combustible. Lo eligieron porque sabían que, para llegar al poder, Sánchez aceptaría cualquier compañía, incluso la suya. El plan era perfecto y funcionó a las mil maravillas. Al menos, hasta que la Guardia Civil llamó a la puerta y entonces Sánchez actuó como siempre.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería y Coordinador de la Delegación en Almeria de 7TV Andalucía

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"