Dicen los mecánicos que cuando un motor amenaza con gripar, lo mejor es cambiar la pieza defectuosa y pisar a fondo para que la carbonilla no se asiente en los cilindros. Y vaya si han tomado nota en la sede del Paseo. Tras la semana de auténtico shock que dejó al Partido Popular en estado de catatonia por la detención de su anterior presidente —quien ostentaba también el mando en la Diputación—, la maquinaria de los populares no es que se haya puesto en marcha, es que le han metido el nitro.
Hay que reconocerles una capacidad de regeneración que ríete tú de las lagartijas del desierto de Tabernas: pierden la cola y, antes de que la oposición pueda decir "dimisión", ya les ha crecido otra. El recambio ha sido fulminante. En un abrir y cerrar de ojos, Ramón Fernández-Pacheco ha tomado las riendas orgánicas del partido y José Antonio García Alcaina, hasta hace dos telediarios alcalde de María, ha empuñado el bastón de mando en la Diputación Provincial.
Lo que estamos viendo estos días es un despliegue hiperactivo, casi ansioso. García Alcaina no ha tenido tiempo ni de deshacer la maleta de la mudanza en el Palacio Provincial y ya se le ha visto fichar en Roquetas de Mar, pasarse por Níjar y cerrar ruta en Mojácar. La estrategia es de manual: ocupación del territorio por saturación inmediata. Por su parte, Fernández-Pacheco ha estado peinando Los Vélez y el Valle del Almanzora, aprovechando hasta el último segundo. El objetivo es claro: que el ruido de sus zapatos recorriendo la provincia y el rechinar de neumáticos de la comitiva oficial tapen el estruendo del llamado ‘caso Mascarillas’.
Y es que en el PP tienen la lección bien aprendida y quieren aplicar la misma receta que con la crisis de los privados de cáncer de mama. Recordemos aquel episodio: la oposición montó un estruendo considerable, rasgándose las vestiduras por las derivaciones y los retrasos. Parecía el fin del mundo sanitario. Sin embargo, el asunto ha quedado amortizado tras resolverse en los plazos exactos que anunció el presidente de la Junta, Juanma Moreno. Se restableció el servicio a las mujeres afectadas y, lo más importante, se cambiaron los protocolos para blindar la atención y asegurar que algo así no vuelva a ocurrir. Carpeta cerrada y a otra cosa, mariposa.
Mientras tanto, en la acera de enfrente, el PSOE parece haber entrado en un bucle espacio-temporal. Ante la falta de munición nueva —o la incapacidad de fabricarla—, los socialistas han vuelto a su hit parade habitual: listas de espera, dependencia y el clásico "todo va mal", una especie de reiteración sistemática de argumentos a la espera de que los gurús de la comunicación les envíen un argumentario fresco. Están intentando estirar el chicle de la crisis del PP, pero ese chicle hace días que perdió el sabor y se ha puesto duro.
Además, no están los socialistas para dar muchas lecciones de ética, teniendo en cuenta el temporal que les está cayendo encima. El escándalo de las actitudes machistas de algunos dirigentes —y, sobre todo, el vergonzoso modo en el que se ha intentado tapar la situación— les ha dejado el tejado de vidrio. Y ahí es donde el asunto se pone feo para María Jesús Montero, pues esto toca la línea de flotación de su núcleo duro y las aspiraciones del socialismo en Andalucía. Intentar tapar las vergüenzas propias señalando las ajenas suele funcionar regular, sobre todo cuando tus vergüenzas implican contradecir la bandera feminista que tanto te gusta ondear.
Tenemos un PP que ha decidido que la mejor defensa es un ataque de hiperactividad institucional para minimizar daños, y un PSOE que, entre sus propios fantasmas y la repetición de mantras, corre el riesgo de quedarse predicando en el desierto. Los populares han puesto el turbo electoral en Almería. Veremos si la gasolina les dura hasta la meta o si el motor, de tanto forzarlo, acaba petardeando. De momento, el azul se mueve rápido.
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