De Celia y la intolerancia
martes 24 de marzo de 2015, 07:13h
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Celia Viñas obtuvo su licenciatura en Filosofía y Letras, sección de Filología Moderna, en la Universidad de Barcelona con la calificación de sobresaliente por unanimidad del Tribunal que la examinó, pero su brillante expediente académico no fue suficiente para poder acceder a un puesto en el Instituto de Palma de Mallorca, en el que su padre, Gabriel Viñas, impartió clases. Era 1941 y el director del centro, un profesor de Latín que atendía por Padre Bosch.
El Padre Bosch no era ningún electrodoméstico ni, tampoco, una herramienta eléctrica, pero fue muy útil al régimen fascista surgido de la guerra como miembro del tribunal depurador de la docencia local palmesana. Uno de los depurados fue el Padre de Celia. Las acusaciones contra el profesor Viñas eran, por ejemplo, que hablaba de Rousseau en sus clases de Pedagogía. La depuración conllevaba el ser anulado de la carrera, del cargo, el trabajo y el sueldo. Gabriel Viñas trabajó, a partir de entonces, como contable en un taller de géneros de punto.
Pero el Padre Bosch, que no fabricaba lavadoras, añadió un castigo más al progenitor de Celia. “Una Viñas no dará clase en este Instituto”, maldijo bíblicamente y truncó una posible salida a la recién licenciada. Con seguridad, al pecado original de su padre, se le añadiría el peso de haber sido presidenta de la Asociación de Estudiantes de Izquierdas cuando hacía su Bachillerato en ese mismo centro docente.
Para entonces, Celia Viñas ya había conocido la intolerancia en carne propia. El golpe de estado del general Franco le había supuesto, entre otras cosas, la interrupción, durante los tres años que duró la contienda, de sus estudios universitarios. Al término de la misma, tenía la opción de continuarlos de forma normal, es decir, con un retraso de tres cursos, o reanudarlos de forma intensiva, una opción restringida sólo para aquellos que pudieran acreditar “méritos de tipo patriótico”.
Ante la disyuntiva, para mitigar en lo posible el retraso en su carrera, recurrió a un ardid. Pepita Aguiló, su gran amiga mallorquina, tenía un hermano médico que había ejercido como cirujano de las tropas franquistas en el asedio a Teruel. La familia Aguiló, a petición de Pedro, que así se llamaba el galeno, donó sábanas de hilo confeccionadas como batas para los médicos y enfermeras del frente, y éste accedió a expedir y firmar un certificado testificando que Celia ayudó a equipar, cosiendo ropa, al ejército nacional.
Celia cumplimentó su instancia, en la que, junto al certificado firmado por el cirujano Pedro Aguiló, añadiría algunos méritos más que no conozco. Solían ser del tipo de manifestar militancia falangista o del S.E.U., haber realizado el Servicio Social, tener un hermano alférez provisional o un tío capellán. Celia era extremadamente imaginativa mas, al parecer, no lo suficiente como para que su instancia pasara sin los reparos del teniente que presidía el tribunal de depuración, que le dijo que “los cursillos intensivos únicamente eran para excombatientes, hijas de asesinados o niños de Servicio Social” y que sus méritos eran pocos. Para ese teniente, el derecho a no perder tres años era tan sólo un botín de guerra.
Cinco años después, tras aprobar las oposiciones a la cátedra de instituto que ejerció en Almería, nuestro viejo amigo y ahora más vetusto Padre Bosch, que no producía frigoríficos, envió cartas y presionó lo que pudo para impedir que le dieran la prueba por aprobada. El tribunal optó por darle el número uno de la promoción. Los exámenes eran públicos y los méritos de Celia imposibles de ocultar.
Celia fue un espíritu libre y quienes ganaron la guerra confundían persona, partido, nación y pueblo. Todo era uno. Como un dios trino y cetrino surgido de la sangre de los otros. Había nacido el régimen. Los alemanes de entonces lo definían con un lema: Ein volk, ein reich, ein führer. Un pueblo, un estado, un jefe.
Todavía hoy hay quien, con notable éxito, identifica su cargo y su partido con una comunidad autónoma, un pueblo o un trapo de colores y hacen cuestión personal y nacional de críticas hacia él, ella o su partido y lo que es bueno para los intereses de él, de ella o su partido, bueno ha de ser para su pueblo. O lo que es lo mismo: para su régimen. Por lo que he visto, os diré que todos los regímenes son iguales y que chavismo se escribe con ese. Como esa.
Presidente de Argaria, asociación cultural
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