Otra derrota
martes 02 de junio de 2015, 20:27h
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Cuenta Raúl Quinto en ‘Yosotros’, su último libro imprescindible, que, según Elías Canetti, un abad cisterciense cerró los párpados y llegó a contar hasta once billones de diablos.
Habrá muchos más, seguro, pero de todos es sobradamente conocido el proverbial efecto somnífero de la contabilidad, ya sea de diablos, ciudadanos o corderos crudos saltando ágil y grácilmente vallas de madera.
Sí es seguro, me atrevo a escribir, que no todos esos diablos estaban durante la noche de autos del sábado 30 de mayo sentados, echados o de pié en las gradas del Camp Nou, que mis conocimientos del idioma catalán no me alcanzan a saber si se trata de un campo nuevo o del estadio número nueve, como aquel preso al que antes del amanecer la vida le habían de quitar, según nos dijera Joan Báez a grito pelado.
Parece cierto y comprobado que la cosa del patriotismo viene a ser una cuestión de viento, de según de dónde sople, y unos afean a otros las mismas conductas que aplauden y jalean cuando las perpetran los propios.
Describiré someramente los hechos acaecidos sin hacer prejuicio alguno, y no como otros que ya tenían sus artículos y comunicados de prensa escritos el viernes a mediodía para, así, no tener que currar el sábado en el turno de noche y poder ver tranquilamente la final de la copa de balompié.
Ya sabe el lector que varias plataformas soberanistas, pero de un soberano que no es Felipe VI, habían convocado a las hinchadas bilbaína y barcelonista a silbar con ánimo vejatorio el himno de la selección española, que es el mismo de España. Si el partido se hubiera disputado en Granada, los seguidores de ambos clubes habrían sido emplazados a chiflar, que Silbar era un garito para uso y disfrute de punkies.
Mas a lo nuestro, que es también lo de Mas y los demás. La convocatoria, retransmitida en directo por Telecinco, fue un auténtico y clamoroso fracaso. Al empezar a sonar las notas de la Marcha Real, a la que forofos radicales culés identifican con cierto equipo de Madrid de igual nombre, sólo uno de los presentes sopló el silbato y el resto de los asistentes, al unísono, reprendió silbando su actitud de mofa, befa y escarnio. Mientras escribo esta crónica, aún no ha sido localizado el silbante.
Lo único seguro por ahora, además de la muerte, es que no fue Mas, el paladín del soberanismo de un soberano que no es Felipe VI, al que nadie pudo ver con el pito en la boca.
Mientras tanto, el mal viento de las ruedas de una bicicleta dejó, con el fémur roto, a John Kerry en Ginebra, que de todo le echan hoy a los gintonics, y fané y descangallado quedó en Madrid el ministro patriota García Margallo, presto y dispuesto a firmar la venta de la soberanía española sobre Morón a los Estados Unidos de América, posiblemente con una pulsera roja, amarilla y roja en la muñeca de firmar. Como la de Rota. Otra derrota.
Presidente de Argaria, asociación cultural
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