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Sin soledad desde entonces

Por Rafael M. Martos
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miércoles 23 de abril de 2014, 10:55h

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Un fragmento de lectura en un libro de Lengua me dejó cautivado cuando cursaba cuarto o quinto de la EGB. Hablaba de unos gitanos que llegaban a un recóndito pueblo con un catalejo "y una lupa del tamaño de un tambor". Y decía Melquiades, que la ciencia había eliminado las distancias, y que pronto, uno podría ver desde su casa que pasa en cualquier parte del mundo, poniendo como ejemplo que con esas lentes se veía en lo que sucedía a lo lejos.

Un año después, cayó en mis manos "Cien años de soledad", el libro del que habían extraído los párrafos que teníamos que leer para el "análisis de texto". Comencé a leerlo nada más acostarme, y a pesar de su letra menuda y su papel poco claro, me enganché a la historia de Aureliano Buendía ante el pelotón de fusilamiento, y fueron pasando las páginas como pasan los años, una tras otra, sin solución de continuidad, inexorables. A las tres o las cuatro de la madrugada mi madre entró en mi cuarto, escandalizada por la hora a la que yo seguía con la luz encendida y leyendo "¡que hay que madrugar!".

Al día siguiente, me hice una linternilla de esas de dos pilas y me metí bajo las sábanas a seguir conociendo qué pasaba con aquellos niños que salían rabo por una especie de maldición, si es que no recuerdo mál.

Ese fue mi primer libro gordo, mi primer libro "serio", y luego vinieron "El coronel no tiene quién le escriba", que me dejó igualmente impresionado, y "Relato de un náufrago", y lo último "Historia de mis putas tristes", entro otros que ahora me vienen a la memoria.

Es por eso que conservo un especial afecto por Gabriel García Márquez, porque mientras muchos dejan de leer cuando la llamada literatura juvenil se les queda pequeña, de su mano salté -incluso antes de tiempo- a la adulta, y de ella sigo disfrutando décadas después.

Luego vieron otros libros y otros autores, pero siempre tengo como referencia al irreverente Gabo, al que quería -como yo- acabar con absurdas normas de ortografía, al que se presentó con el traje tradicional de su Colombia natal en vez de con traje oficial a recibir el Nobel -como yo habría hecho-, al que tiene -como me pasa a mi- contradicciones morales -que no éticas- o ideológicas.

Gracias a ti, y a Alberti, y a Lorca, y a Cervantes, y qué se yo, a todos los que habéis dedicado vuestra vida a que no estemos solos, a todos los que os he leído y a todos los que no podré leeros por falta de tiempo. Ni viviendo cien años en soledad.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"