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Puigdemont: Tú no eres el procés

Por Rafael M. Martos
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lunes 05 de febrero de 2018, 08:05h

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No logro entender los actuales apoyos al movimiento independentista catalán, y lo hago desde el más absoluto respeto a quienes luchan por crear un Estado propio, ya que cuestionarles negando de entrada que tengan derecho a ello no conduce más que a un choque como el que estamos presenciando.

Empezando por los últimos movimientos, no alcanzo a comprender qué sentido tiene para quienes aspiran a algo tan históricamente reseñable como dar a luz una nueva nación independiente, quedarse atascados con la situación de Carles Puigdemont, y mucho menos es aceptable la actitud de éste.

Si Puigdemont ama a Cataluña, no se le pide que de la vida por ella, pero por lo menos debería sacrificarse políticamente por ella. La honestidad debería llevarle a elegir entre volver, para ser elegido presidente y tomar posesión, aunque eso le llevara luego a prisión preventiva, o no regresar y permitir que otra persona fuera electa. De ambas cosas tiene ejemplos próximos, lo primero puede verlo en Oriol Junqueras, y lo segundo en Artur Mas.

Exigir que los tuyos hagan filigranas con la Ley y los reglamentos, para retorcerlos hasta el extremo de colocarles al borde de la prisión mientras él está comiendo mejillones y chocolate a costa de no se sabe bien quién, no es que sea inmoral, es lo contrario a lo que debería ser un nacionalista. Puigdemont se ha puesto a si mismo por delante de la nación, y una nación existe en tanto en cuanto es un ente que amalgama a los individuos que la conforman, por tanto, un ser que trasciende la individualidad, y si nadie le va a pedir que de la vida física por ella, al menos, debería dejar que creciera y se desarrollara, en vez de abocarla a la muerte prematura.

Por culpa de Puigdemont en exclusiva, la segunda oportunidad para el procés se está viniendo abajo. La oportunidad de corregir errores pasados se está convirtiendo en una granja de engorde de errores mayores.

Fue un error pretender construir un Estado propio contando con el apoyo de la mitad de la población, y fue un error hacerlo saltándose las leyes del Estado del que se forma parte, porque eso resta legitimidad, principalmente cuando la otra mitad de los habitantes se siente cómodos en la situación inicial.

No solo eso, saltarse la ley tiene las consecuencias que estamos viendo. Hoy, Cataluña no solo no tiene independencia, es que no tiene ni autonomía.

Pero aceptemos que saltarse la llamada “ley española” -como si los catalanes no hubieran apoyado la Constitución, y hubieran legitimado el sistema acudiendo a las urnas una vez tras otra, y teniendo a sus representantes más soberanistas también sentados en todas las instituciones- fuese la única posibilidad para lograr la aspiración nacional. De ser así, no puede ser un riesgo que se asuma con el apoyo de la mitad de la ciudadanía, y si se asume, hay que hacerlo también con las consecuencias legales que de ello se deriven, como es la posibilidad de ir a la cárcel si se frustra una negociación política de última hora.

Es más, lo que tampoco parece sensato es que tras sustituir la “ley española” por la “ley catalana”, ésta se apruebe con menos votos de los necesarios para poner director en TV3... resulta que para dirigir la televisión pública catalana es precisa una mayoría cualificada del Parlament, pero la Ley de Transitoriedad a la República Catalana con la mitad más uno de los escaños basta.

Pero si hasta ahí es todo un cúmulo de despropósitos, no lo es menos que los creadores de la “ley catalana” la vulneren a las claras, hasta el punto de que validen los resultados del supuesto referendum personas que no están reconocidas para hacerlo, según ese mismo texto legal.

Todos estos errores -en algunos casos, más que eso- hubieran tenido oportunidad de ser corregidos tras las elecciones autonómicas, visto que el independentismo tiene mayoría y los constitucionalistas son incapaces de llegar al minimo acuerdo.

Todos estos errores -en algunos casos, más que eso- hubieran tenido oportunidad de ser corregidos tras las elecciones autonómicas, visto que el independentismo tiene mayoría y los constitucionalistas son incapaces de llegar al minimo acuerdo. Eso habría permitido un borrón y cuenta nueva, un reinicio del proceso, comenzando por generar más adeptos a la causa, atenerse a la “legalidad española” para lograr ese objetivo, trazando alianzas con otras formaciones próximas. También habría permitido que esa transitoriedad -del modo que fuera, y en el tiempo que tardara- se realizara con seguridad jurídica, porque también se ha demostrado que ni tenían estructuras de Estado como prometía Junqueras, ni los bancos se iban a quedar como decía Mas, ni las empresas estaban encantadas de la nueva situación como aseguraba Puigdemont, ni la gente se iba a echar a las calles indefinidamente como sostenía la CUP.

Debería ser frustrante para un independentista catalán el comportamiento egoista y egocéntrico de Puigdemont, pero ahí están, encantados con él. Lo suyo es tan lamentable que, no es que no sea un héroe, es que no llega a ser ni antihéroe.

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Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"