Entre risas, en una visita improvisada y desternillante por las calles de Segovia, Luis, nos contaba la polémica mundial que se originó a raíz de la propuesta de colocar un pequeño diablo, que representa el mito de la construcción del acueducto y que sirve de atractivo turístico, ya que invita a los visitantes hacerse un selfi como él mismo hace. La discusión radicaba en que el diablo parece demasiado bonachón y sonríe, y eso, para unos pocos, era ofensivo y sacrílego.
Cuenta la leyenda, que una niña cansada de tener que subir todos los días a la montaña a por agua, pidió ayuda al diablo. A cambio de su alma, le prometió levantar el acueducto antes de que cantase el gallo. La niña aceptó, y cuando comenzó a construirlo se arrepintió, pero ya era demasiado tarde. La fortuna quiso que el gallo cantase antes de que colocase la última piedra, por lo que la niña salvó su alma y consiguió el agua.
En estos días de formación de los ayuntamientos, ante los pactos y la compraventa de almas y votos, no dejo de acordarme de la niña y Segodeus, y deseo que la fortuna vuelva a estar de nuestro lado. Aunque me da que este diablo nos empuja a correr al borde del abismo, no posará sonriente, y en vez de custodiar el acueducto, ha venido a desmoronarlo.
Para que no quede ninguna duda, la inocente niña, que tiene el contacto con delincuentes para tomarse unas copitas en alta mar y ofrecerle su alma, es Feijóo, y el diablo que se frota las manos, sonríe maléficamente y mata moscas con el rabo, es el armado diputado Abascal, que a pesar de vanagloriar al dictador, de elevar el tono y crispar los ánimos en el hemiciclo y en la calle, de prometer derogar derechos sociales, como la ley trans o la de violencia de género, defenestrar a los ecologistas, promover la caza en los colegios otorgando a los cazadores el título de ecólogos, empujar a la desecación de Doñana, señalar a los inmigrantes, defender el monopolio de las grandes empresas, la usura de los bancos, criticar el aumento del salario mínimo de los trabajadores y utilizar el corta y pega para elaborar los programas electorales, por señalar algunas cuestiones, quizás, después del verano, pueda estar tomando decisiones que nos repercuten a todos, al planeta y a la convivencia social. Confío que el gallo cante antes.
Lo que ya no podrá evitar la salida del sol, y conociendo como se las gastan estos diablillos, es que en Valencia, el nuevo Conseller de Cultura, nos sorprenda incluyendo un estoque al traje típico de las falleras, o sacando el pañuelo blanco al grito de olé para aplaudir a los suyos, o pidiendo las orejas y el rabo de los que osen hacerle entender que las cortes valencianas no son un coso taurino.
O que la Concejala de Turismo, Medio Ambiente y Playas de Níjar decida ampliar la línea de metro de Almería, como recogían en su programa, poniendo una parada en las salinas del Cabo de Gata, para que sus socios de gobierno, el Consejero Don Ramón entre ellos, puedan ir a ver a sus, ahora, idolatrados flamencos, o que recuperen el Torreón de San Miguel para convertirlo en un museo de la caza de aves acuáticas, o construyan un paseo marítimo en la recta de las salinas para evitar que la arena de las dunas moleste a los turistas que vendrán a ocupar los hotelitos con encanto que tiene en mente proyectar.
Qué bajeza y ruindad la mía, utilizar el sarcasmo y la hipérbole, sin concederle ni siquiera los 100 días de cortesía; sin confiar en que no dimitirán a los pocos meses de ocupar sus cargos, como pasó en El Ejido y Roquetas de Mar, porque desde la dirección general, les obligasen a repartir las ganancias con el capo y defender los disparates que salían de su boca; o dudar de su integridad ética y moral, y su afán por el enriquecimiento personal, porque se emocionen con el Cara al Sol y añoran esa España Una, Grande y Libre donde se podía dormir con las puertas abiertas, se construían pantanos y la gente de mal vivir obtenían el castigo que se merecían.
Que yo me sienta como Sísifo, que sin ninguna duda, sería mano derecha de Abascal, ante el castigo de tener que volver a subir la piedra ladera arriba, no me da derecho a opinar libremente y con esta aparente falta de respeto contra los representantes que ha elegido democráticamente el pueblo. Más que una opinión, parece una rabieta de niño pequeño, y el aviso catastrofista de que viene el lobo, aunque pensándolo bien, el lobo ya está aquí, y se ha comido todas las ovejas, y a Pedro, el pastor que confiaba demasiado en sí mismo.