Llevamos días escuchando a Alberto Núñez Feijóo en modo balance. No un balance de su propia gestión, que sería lo suyo si uno pretende hacerse fuerte con la experiencia, sino un repaso con brocha gorda a la legislatura del Partido Socialista y del presidente Pedro Sánchez. Que si la amnistía, que si los pactos con independentistas, que si Bildu por aquí, que si la ruina por allá. Vale. Muy bien. Tomamos nota. Pero una vez hechas las cuentas del pasado, lo lógico sería que empezáramos a ver el cuaderno del futuro. ¿Dónde está el programa del Partido Popular? ¿Qué propone Feijóo para el país que dice estar preparado para gobernar?
Lo cierto es que seguimos esperando. Porque hasta ahora, lo único que ha explicitado con cierta claridad es que su gran proyecto es… derogar el sanchismo. Que, como lema de campaña, puede sonar resultón. Pero como programa de gobierno es más bien escaso. Uno no gobierna simplemente derogando. Gobernar es construir, proponer, legislar con sentido, con dirección, con una idea clara de qué país se quiere. Derogar por derogar es dejarlo todo como estaba antes, que en algunos casos era mal, en otros muy mal y en unos cuantos incluso peor.
Tomemos, por ejemplo, la Ley de Memoria Democrática. Feijóo quiere derogarla. ¿Y luego qué? ¿Volver al olvido, al silencio institucional sobre las víctimas del franquismo, a dejar que se oxiden los huesos en las cunetas como si no fueran de nadie? Porque derogar sin alternativa es exactamente eso: dejar como estaba. No aporta. No mejora. No construye. Solo desmonta.
Y como eso, todo. En lugar de un programa, lo que ofrece Feijóo es una lista de cosas que quiere eliminar. No una visión de país, sino un retrovisor. Y uno puede tener muchas ganas de cambiar de gobierno, eso es legítimo. Pero lo mínimo que se exige a quien aspira a tomar las riendas del Estado es que diga adónde quiere llevarnos. Y con qué medios.
Uno de los terrenos donde más resbala el líder del PP es en el de la inmigración. Y no porque el tema no merezca un debate serio —que lo merece, y mucho—, sino porque se ha metido en el discurso de Vox como quien entra en un laberinto sin mapa. Habla de deportaciones con una alegría que asusta. Dice que los inmigrantes que lleguen de forma irregular serán devueltos. Y punto. Lo suelta así, como si fuera tan fácil como cambiar una bombilla.
Pero claro, luego llegan las preguntas. ¿Cómo piensa hacerlo? ¿Qué pasa si la persona que llega no tiene documentación? ¿Y si dice que viene de un país pero no lo puede probar? ¿Y si el país de origen no acepta el retorno? ¿Va a construir una especie de Guantánamo europeo como Meloni, donde encerrar a gente durante meses —o años— a la espera de una deportación que no llega nunca, olvidando los más elemantales derechos humanos -los que todos tenemos por el mero hecho de existir- o la humanidad cristiana de la que presumen? ¿Eso es lo que propone Feijóo?
Porque sí, podemos compartir la idea de que no se puede permitir una inmigración descontrolada. Nadie niega que haya que gestionar las fronteras y defender la legalidad. Pero hacer política migratoria no es simplemente gritar “¡deportación!” en un mitin. Eso lo hace Vox, que no tiene ninguna responsabilidad de gobierno y se puede permitir el lujo de decir barbaridades -vamos, hablar como en la barra de un bar-. Pero Feijóo no puede jugar a eso. No si quiere ser presidente del Gobierno.
Además, convendría que alguien en su equipo le explicara lo básico: si una persona ha nacido en España y tiene nacionalidad española, no se le puede deportar a ninguna parte. Porque es de aquí. Por muy delincuente que sea. Y si tiene doble nacionalidad, tampoco es tan sencillo. Hay que ver si el otro país la reconoce. Y si la acepta. Y si colabora. Porque esto no va de apretar un botón y que se abra una trampilla.
¿Ha hecho cálculos económicos de cuanto cuesta todo el proceso de deportación de una persona? Seguro que no.
En definitiva, lo que echamos en falta no es tanto una crítica al gobierno actual —que puede y debe hacerse— como una propuesta sólida para el futuro. Feijóo dice que quiere gobernar. Bien. Pero para eso no basta con señalar lo que no le gusta del otro. Tiene que decirnos qué quiere hacer él. Cómo. Cuándo. Y con quién.
Hasta entonces, seguiremos a la espera. Como en esas obras públicas donde hay un cartel que pone “disculpen las molestias, estamos trabajando para usted”… pero dentro no hay nadie como pasaba en la Casa del Mar ¿lo recuerdan? La Junta del PSOE aseguraba que se estaba trabajando y la obra estaba abandonada.
Porque ahora mismo, lo que hay es una oposición con más titulares que ideas, más vetos que propuestas y más gestos para la galería que planes para el país. Y eso, no es un programa de gobierno.