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Atontamiento mundial
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Atontamiento mundial

Por Rafael M. Martos
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martes 02 de septiembre de 2025, 06:00h
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Cualquier verano ofrece la impagable oportunidad de observar. De sentarse en una terraza del Paseo Marítimo de la capital, o en Almerimar, en el velador de un bar de cualquier pueblo del Almanzora o bajo una sombrilla en las playas de Vera y, simplemente, mirar. Y lo que he visto este estío no es nuevo, pero sí más agudo, más universal: un silencio hipnótico, una coreografía de pulgares deslizándose sobre pantallas de cristal líquido. Desde niños que apenas saben atarse los cordones hasta abuelos que vivieron la inauguración del televisor en blanco y negro, todos abducidos. La estampa, que se repite en Almería como se repite en cualquier rincón de Andalucía o del Estado español, me lleva a pensar que no estamos asistiendo a una revolución tecnológica, sino a la consolidación de un verdadero atontamiento mundial.

No se consultan las noticias de última hora. No se intercambian mensajes urgentes con amigos o familiares. La atención colectiva, esa preciada y finita materia prima de nuestro tiempo, está siendo devorada por un agujero negro de origen chino llamado TikTok. No seré yo quien entre en teorías conspirativas sobre si es una estrategia de Pekín para licuar los sesos de Occidente, o para robar nuestros datos más íntimos, pero los efectos son tan evidentes que invitan, como mínimo, a la sospecha. La plataforma parece diseñada para premiar la vacuidad y castigar la profundidad.

El menú que se sirve en esta feria global del despropósito es de una calidad intelectual ínfima. El plato del día suelen ser bailes repetitivos ejecutados por muchachas, a veces prácticamente niñas, envueltas en una sexualización tan prematura como inquietante. De guarnición, tenemos a supuestos influencers engullendo combinaciones de alimentos francamente repugnantes o a gente dando consejos sobre dermatología, nutrición o salud mental sin más aval que su propio descaro. La nadería se ha convertido en la nueva moneda de cambio social, y el ridículo, en la inversión más rentable. Y ojo, el 90% de quienes aparecen ahí lo hacen gratis, es decir, hacen el ridículo gratuitamente, se ofrecen a la mofa y escarnio público con el único beneficio de sentirse "vistos".

Lo más preocupante es el efecto sustitución. Este consumo masivo de microvídeos idiotizantes está desplazando todo lo demás. Ya no se ve una película con la atención que requiere para que se es incapaz de aguantar un argumento de dos horas o dos horas y media, no se va al cine como antes, no se abre un libro... como mucho antes. Las conversaciones, ese pilar de la socialización humana, se marchitan. Y cuando, por un milagro, brota un diálogo, a menudo gira en torno al último vídeo viral que han visto. Hemos pasado de comentar el mundo a comentar la representación absurda del mundo que nos ofrece un algoritmo.

A esta degradación se suma la democratización de la irrelevancia. Ahora, cualquiera puede ser "creador de contenido". ¿Pero qué contenido? ¿Qué se crea exactamente? Me pregunto si tiene el mismo valor el trabajo de un periodista que investiga, contrasta y ofrece una opinión argumentada. o el de un historiador que desgrana "batallitas" por afán divulgador, o la profesional sanitaria que entretiene y se entretiene explicando sus conocimientos, que el de alguien que se graba echando huesos de aceituna en una sartén a ver qué pasa, o sencillamente hartándose de comer, o presumiendo de que cobra "paguicas" o de los billetes que da el narcotráfico. La respuesta es obvia, pero la plataforma los equipara, e incluso premia a los segundos si su estupidez congrega más miradas.

Este atontamiento mundial nos está sumiendo en una espiral de simpleza, normalizando la banalidad y arrinconando el pensamiento crítico. Es una especie de invitación silenciosa y constante a la autoextinción intelectual como especie. Y visto el panorama, visto cómo gestionamos el planeta y nuestras propias sociedades, uno llega a pensar, con un escalofrío de cinismo, que quizá esa no sea tan mala idea después de todo.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"