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Blas Infanfante: Un hombre bueno
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Blas Infanfante: Un hombre bueno

Por Rafael M. Martos
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lunes 11 de agosto de 2025, 06:00h
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Cada 11 de agosto, como quien se asoma al abismo de nuestra propia desmemoria, volvemos la mirada hacia aquel andaluz sereno y apasionado, culto y valiente, que fue asesinado por soñar con una tierra más libre, más digna, más nuestra. Blas Infante, el Padre de la Patria Andaluza, no fue solo un ideólogo político, ni únicamente un símbolo de una identidad colectiva: fue, sobre todo, un hombre bueno. Y eso, en tiempos de vileza, ya es una forma de resistencia.

Para quien quiera comprender de verdad a Infante no hace falta recurrir a mitologías patrias ni a grandes gestas: basta asomarse a su biografía, a su correspondencia, a sus textos. Basta con seguirle la pista, no al personaje, sino al hombre que vivió con los pies en el polvo de Andalucía y el alma puesta en su redención. Basta con detenerse, por ejemplo, en su amor por lo humilde, por lo popular, por las raíces más hondas de esta tierra plural y castigada.

Desde su temprana juventud mostró una sensibilidad fuera de lo común hacia la pobreza, el abandono institucional y la desigualdad estructural que carcomía a Andalucía. No hablaba del pueblo andaluz con la condescendencia del ilustrado: lo hacía como quien se siente parte de una comunidad herida que merece otra suerte.

Por eso se acercó a la masonería buscando el equilibrio universal, al socialismo cuando en sus inicios parecía apuntar a la libertad y la justicia social, por eso donaba dinero a las mismas monjitas que años después renegarían de él mientras otros escribían cartas para no le mataran, alegando que rechazaba el marxismo y era un hombre bueno; por eso leía el Corán con el mismo interés que El Quijote o a Santa Teresa, por eso estudiaba el flamenco, cruzó a África buscando a los andaluces expulsados de su patria, tendió la mano (con libros) a los nacionalistas catalanes presos, o visitó la Catedral de Santiago de Compostela... por eso escribía libros de economía, política o historia, artículos, teatro, fábulas, o acogía a un zorro malherido como mascota familiar, diseñaba su propia casa, e incluso los azulejos del baño... Por eso se manejaba en varios idiomas, y acabó Derecho sin acudir más que a los exámenes porque andaba trabajando, y aprobó las oposiciones a notario tan joven que tuvo que esperar un año para ejercer.

Y en ese mapa mental y emocional que construyó, Almería ocupaba un lugar más que destacado. Aunque no conste documentalmente que pisara esta provincia —o esta “esquinica olvidada”, como diría cualquier almeriense con media risa y media pena—, sí se sabe que le dedicó atención, reflexión y respeto. En sus textos, Almería aparece como emblema de lo que Andalucía no debía seguir siendo: una tierra marginada dentro de la marginación, una doble periferia económica y simbólica.

Analizó con detalle en El Ideal Andaluz, la situación de los campesinos almerienses, a quienes describía como los más pobres entre los pobres del campo andaluz. No era retórica: era una denuncia fundada y documentada. Y no lo hacía para apuntarse un tanto ideológico, sino porque le dolía. Porque para Blas Infante, Andalucía no era una idea abstracta, sino un cuerpo vivo que sangraba por múltiples costados, y así lo reconocían algunos ilustres almerienses que seguían aquí sus ideales, como el abderitano Francisco Cuenca Benet, entre otros.

También destacó la importancia estratégica de este territorio en la configuración geológica e histórica de la comunidad, como cuando apuntó la relevancia del almeriense Tahir Al Horr. Almería no era para él un punto ciego en el mapa, sino un nodo clave en la urdimbre de lo andaluz, aunque el Estado la condenara a una invisibilidad pertinaz. Lo entendió así, y por eso su legado encontró eco también aquí, donde algunos alzaron la voz —en tiempos aún más difíciles— en defensa del ideal andalucista, regionalista o liberalista, llámese como se quiera, pero siempre con el mismo motor: la dignidad.

Hoy, que tantos agitan banderas vacías y vacían de contenido las verdaderas banderas, conviene recordar que Blas Infante no fue un fanático, ni un agitador, ni un político oportunista. Fue un notario, un pensador, un hombre de paz que se enamoró de su tierra hasta el extremo de serle arrebatada la vida por ella. No en un campo de batalla, sino en una cuneta. No por odio, sino por amor.

Y eso lo cambia todo.

Por eso cada 11 de agosto no es solo una efeméride. Es un espejo incómodo. Es una pregunta abierta. Es la oportunidad de preguntarnos si estamos siendo dignos de su memoria o si seguimos caminando por la misma senda de indiferencia y olvido. Si entendemos Andalucía como él la entendía: no como un grito folclórico, sino como un proyecto de justicia social, de libertad, de cultura viva. Y si reconocemos en nuestra historia, también la de Almería, las claves de un futuro que no puede escribirse sin memoria.

Blas Infante no está solo en la historia. Está, si sabemos mirar, en los surcos de la tierra reseca, en la voz de los jornaleros que tienen pieles y lenguas diversas, en las plazas sin nombre de los pueblos olvidados, en la dignidad de quienes no se resignan. Porque hay muertes que no matan. Y hay ideas, como la suya, que siguen germinando a pesar de todo.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"