Pasar la Navidad en el Hospital Universitario Torrecárdenas no es, desde luego, el plan que nadie pondría en su carta a los Reyes Magos. Sin embargo, para una parte considerable de la población de la provincia de Almería, las fiestas transcurren entre el olor a desinfectante y el pitido de los monitores, ya sea por una gripe inoportuna o por los gajes del destino en carretera. Es una realidad estadística: mientras unos brindan con vino de la tierra, otros lo hacen con suero.
Lo curioso no es la enfermedad, que es vieja como el mundo, sino la desmemoria colectiva que algunos pretenden instaurar en esta Comunidad Autónoma. Resulta casi enternecedor observar cómo ciertos sectores se rasgan las vestiduras hablando de un "colapso sanitario" que, curiosamente, parece haber perdido su elemento decorativo más emblemático: la cama en el pasillo.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que navegar por los pasillos de Torrecárdenas requería de un carné de patrón de yate para esquivar el mobiliario humano. Antes de que el gobierno de Juanma Moreno llegara a San Telmo, lo habitual en estas fechas —con la gripe haciendo de las suyas— era recibir notas de prensa diarias denunciando el hacinamiento. Aquellas fotos robadas de pacientes amontonados en sillas de ruedas o camas encajadas junto a un extintor eran el pan nuestro de cada día. ¿Cuándo fue la última vez que vieron una imagen así en la prensa local? El silencio visual es atronador.
Sin embargo, es ahora cuando el PSOE, de la mano de UGT y Comisiones Obreras, ha descubierto el concepto de "límite". Resulta irónico que hablen de colapso quienes dejaron la gestión con un reguero de pacientes en los corredores. Especial mención merece María Jesús Montero, hoy vicepresidenta del Estado, pero que en su día fue consejera de Salud y de Hacienda de la Junta de Andalucía. Bajo su mando, la decoración de pasillo era tendencia; ahora, desde la barrera, la realidad se ve con un filtro mucho más dramático.
Hablemos de datos, que son menos volátiles que los eslóganes. Se nos llena la boca con la palabra "privatización", ese mantra que repiten hasta la saciedad. El Partido Socialista, en sus años de gloria en la Comunidad Autónoma, destinaba en torno al 4,5% del presupuesto del Servicio Andaluz de Salud (SAS) a conciertos sanitarios. Hoy, esa cifra ha bajado al 3,5%. Si eso es privatizar, alguien debería revisar su manual de aritmética. Sobre todo cuando en Cataluña, donde gobierna el mismo PSOE, ese porcentaje roza el 19%. Debe ser que allí la privatización es progresista y aquí es un ataque al sistema.
Y qué decir de los profesionales. Esos mismos que antes encadenaban contratos de lunes a viernes para no pagarles el fin de semana. Hoy, más del 95% de la plantilla del SAS goza de una estabilidad laboral que en la era socialista apenas alcanzaba a un tercio de los trabajadores. Pero claro, el colapso debe ser esto de tener personal fijo y pasillos despejados.
No hay que olvidar el origen de la Marea Blanca. Aquel movimiento no nació por generación espontánea ni por un capricho estético. Surgió como una respuesta de la sociedad civil almeriense y andaluza ante la incapacidad de los sindicatos de clase para defender a pacientes y trabajadores frente a la desidia del gobierno socialista. Fue la respuesta al colapso real. Que luego el movimiento terminara deglutido por las siglas sindicales hasta convertirse en un apéndice de la pancarta oficialista es otra historia, más triste, pero igual de real.
Es evidente que hay cosas que funcionan mal y que la sanidad siempre es mejorable, especialmente cuando se trata de la vida de las personas. Pero hombre, un poco de rigor. Si lo que vemos hoy en Torrecárdenas es el apocalipsis sanitario, ¿cómo deberíamos llamar a lo que gestionaba la señora Montero? Quizás "interiorismo hospitalario de vanguardia". Por lo menos ahora, los almerienses que pasan la Navidad en el hospital tienen la garantía de que, si están enfermos, el techo que ven es el de una habitación y no el de un fluorescente de pasillo.
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