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Covid-19: Malditas contradicciones

jueves 28 de mayo de 2020, 10:31h

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Se habla mucho de transparencia, de gestión del coronavirus y de que habrá su momento para hacer balance, pero ya es el momento para poner el foco en algunas cosas.

Este era el segundo café que se tomaban juntos nuestros amigos. Se les ve relajados, pero sin abandonar sus comentarios.

Dice nuestro marino:

—Una de las cosas buenas de esta nueva etapa es que se están acabando los cándidos aplausos a los sanitarios.

La profesora lo mira con cara de reprobación y lanza:

—No puedo admitir que critiques ese reconocimiento a la labor abnegada y arriesgada que ha demostrado todo el sector sanitario.

Entre risas nuestro marino responde:

—Todos, menos los sindicalistas. Una vez más los liberados sindicales han demostrado que los sindicatos no son la solución, sino parte del problema. Es inconcebible que con un Estado de Alerta tan restrictivo en algunas cosas, no haya servido para reincorporarlos a sus puestos de trabajo. En este país la política siempre se antepone al resto. Aunque tienes razón, los sanitarios —desde el personal de limpieza y auxiliar, pasando por enfermería o médicos— han hecho una labor digna de elogio, y debemos darles nuestro merecido reconocimiento, pero no se les debería haber mandado a hacer su labor en esas condiciones.

Esta crisis ha demostrado algunas cosas que ya sabíamos, que contamos con unos profesionales bien formados, pero que hay deficiencias en la gestión, articulación y gobernanza de la sanidad. Los médicos lo que necesitaban eran medios para su protección. No tenían que ser héroes; son profesionales que han tenido que poner su vida en peligro por falta de previsión, anticipación, organización y una pésima logística. No necesitaban aplausitos infantiles y pomposos, les bastaban medios para atender a los enfermos con garantías. Todo lo demás ha sido política de distracción y manipulación mediática.

Nuestra amiga comenta:

—Realmente eso es importante, y probablemente sería un buen momento para hacer una revisión profunda del funcionamiento del sistema, pero esto ha puesto en evidencia, una vez más, aquello tan español del Cantar del Mio Cid: «¡Dios, qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor!». Llevamos demasiados años colocando en puestos técnicos a personas por su currículo político, en lugar del profesional.

El marino asentía y prosiguió:

—Esta pandemia ha sido una situación excepcional —aunque advertida por muchas voces y organismos—, y sería entendible que, en los primeros momentos, hubiera disfunciones y se saturasen hospitales, pero ha demostrado que nuestro sistema sanitario no era tan bueno como nos lo vendían y que tiene graves fallos funcionales, estructurales y organizativos. Los sanitarios lo han hecho bien, pero sus dirigentes políticos no, son culpables de muertes por improvisación y falta de anticipación. Por ello, sin caer en dramatismos, cuando la situación se normalice y desde la serenidad, deberíamos hacer una revisión profunda del sistema, revisar el modelo de gestión para que sea más ágil, más flexible, menos funcionarial, que haya mayor coordinación interterritorial y trasversalidad. Aunque seguro que entraremos en discusiones cainitas sobre competencias entre comunidades autónomas con el gobierno central y en echar balones fuera.

Mientras subía el número de afectados y muertos, hemos asistido a tópicos, mantras y lugares comunes según le ha convenido al gobierno de Pedro Sánchez, sin capacidad para la autocrítica o reconocer errores. Sin humildad y autocrítica —que tanto le gustaba a la izquierda—, no se pueden detectar los errores para mejorar. Alguno de los percibidos es que hay que poner límites a las presiones autonómicas y hacer un modelo más vertebrado que dé una respuesta global ante situaciones de emergencia. Una vez más insistir que las transferencias autonómicas no deben ser un obstáculo para mantener un proyecto nacional en materias de interés general en temas como la sanidad, la justicia o la enseñanza.

La joven profesora incidió en otros asuntos:

—A todo esto, habrá que sumar las posiciones populistas, ideológicas y propagandistas de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Como ejemplo: un compromiso de inversión de 29,65 millones de euros al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y al Instituto de Salud Carlos III para investigar el coronavirus SARS-CoV2; mientras se aprueban 75 millones de euros en ayudas al sector del cine o el reparto de 100 millones para la violencia de género. Estas ayudas, seguro que son importantes, y sin entrar en la conveniencia o no de mantener chiringuitos y favorecer a determinados colectivos afines, lo que chirria es que se dedique menos dinero a la investigación.

El marino comentó:

—Todo ha sido muy extraño, siempre buscando explicaciones extemporáneas, excusas peripatéticas o atacando a la oposición con argumentos como que el problema eran los recortes, aunque los datos de Portugal, con un gasto del 6,05% o Grecia con un 4,73%, ambos por debajo de nuestro 6,24%, han tenido unos resultados de contagiados y muertos muy diferentes. Sin duda, lo que se hizo no fue correcto y por eso las consecuencias han sido tan negativas. Mientras —con 3 millones de funcionarios—, para sorpresa de propios y extraños, son incapaces de sumar el número de contagiados, de muertos y de recuperados. No es extraño que se dude de este tinglado.

La joven profesora añade:

—Además actúan sin rubor, miente Grande-Marlaska, que desde que es político ha empeñado toda su trayectoria como juez se contradice en los ceses o Carmen Calvo —después se quejan de que haya fake y bulos— dice patéticamente que hay una «línea recta», inventándose el paralelo del mal. Solo decir como Romanones: ¡Qué tropa, joder, qué tropa!

El marino apurando el café comenta:

—Todo podría ser una maldita farsa, pero son vidas humanas las que han puesto en juego, con unos mendaces Fernando Simón y Salvador Illa, como jefes de pista del circo. ¡Que continúe el espectáculo!

Nuestros amigos, sin mediar palabra y tristes, se levantaron y caminaron por la playa. Solo la inmensidad del mar puede paliar esta tristeza.

Cosas de la aldea.