No es un número cabalístico. Menos mal. A los cuarenta años, cuarenta protagonismos. ¿O son más? Cuando hace cuarenta años, un grupo de jóvenes se enfrentó a la nueva estructura del poder, aún en formación, auto impuesta por una imagen inmerecida, el dinero, como llovido del cielo, y el ansia de cambio que no ha llegado, el pueblo triunfó sobre los partidos y sus añagazas. Porque no hubo más protagonismo que el de quienes, después de meses y años negándose a tener en cuenta Andalucía, se arrogaron el encabezamiento. Sin embargo, pese a las continuas negativas a reconocer los derechos de los andaluces, a reclamar Autonomía para Andalucía, cuando se consiguió que los parlamentarios dieran el paso que habían negado durante varios años antes de su propia elección, aunque lo dieran únicamente para no quedar atrás, para no hacer el ridículo de ser rebasados por la ciudadanía y perder así su confianza, los miembros de los grupos convocantes, quienes habíamos trabajado durante meses para conseguir que se interesaran, aceptamos y potenciamos su paso al frente, igual que lo habíamos forzado hasta aquel 12 de octubre, en que se decidieron a no quedarse fuera del tren ya en marcha. Porque se cubría, se cumplía aquello por lo que habíamos trabajado: convocar una manifestación, una sola, simultánea y multitudinaria en toda Andalucía; porque no tenía sentido colocarnos frente a nadie, porque teníamos que completar aquello por lo que llevábamos meses trabajando.
Aunque no asumieran el hecho autonómico, como ha quedado sobradamente probado, aunque sólo lo hicieran para no quedar mal ante sus propios votantes, para ocultar su culpable, cobarde e interesada negativa, salvo los partidos necesitados de ocultar su desinterés, nadie pidió protagonismo.
Aunque no asumieran el hecho autonómico, como ha quedado sobradamente probado, aunque sólo lo hicieran para no quedar mal ante sus propios votantes, para ocultar su culpable, cobarde e interesada negativa, salvo los partidos necesitados de ocultar su desinterés, nadie pidió protagonismo. Nadie se quedó atrás para pegar la carrera y agarrarse a la pancarta de cabecera, como alguno y alguna han hecho hoy. No hubo antagonismo por parte del grupo promotor, ni siquiera se reclamó notoriedad. Se quería ver Andalucía en la calle reclamando sus derechos, que los andaluces se pronunciaran mayoritariamente a favor de su Autonomía. Y se consiguió. Tanto, que los andaluces superaron con sobrada amplitud a los políticos. Los sorprendieron, hasta el punto de provocar el arrepentimiento de muchos de ellos, preocupados por verse obligados a asumirla o perder la mayor parte de su electorado. Y, después de haber provocado el cambio de actitud en aquellos tres partidos, de haberlos empujado a adquirir unos compromisos que nunca quisieron, ni antes ni después, mezclados entre los miles de manifestantes, se prefirió la unidad. Mejor la unidad mezclados con el pueblo del que preferíamos seguir formando parte, por el bien del movimiento común de todos los andaluces. El grupo promotor se quedó con el pueblo. Entre el pueblo. Dónde siempre había querido estar.
Aquel grupo de jóvenes, al obligarles a sumir la convocatoria, provocaron un significativo reconocimiento: “-habrá que tomarse esto en serio”, exclamó Rafael Escuredo desde el balcón del Ayuntamiento, cuando los primeros miles de manifestantes llenaban de cabezas los escasos espacios libres en la Plaza Nueva y sus aledaños. Cuando el grueso de la manifestación todavía distaba mucho de llegar al final de su recorrido, cuando aún discurría más allá de la Alameda mientras la cabeza superaba el puente de Tetuán, tristemente célebre; cuando las cabeceras terminaban el recorrido sin que muchos ciudadanos llegaran a comenzarlo; cuando aún no alcanzaban la Catedral, cuando todavía se hallaban más allá de la Puerta de Jerez, cuando muchos esperaban en el lugar de concentración.
Después de haber vivido aquel día, da pena lo de este año. Tres Actos, Tres. Como cualquier corrida. Para correrlos… a gorrazos. Para botarlos en vez de votarlos. Hace cuarenta años funcionó porque nadie entre los promotores pidió medallas. Ahora se las colocan solos. No lo comprenden. No lo entienden. No han querido aceptar que Andalucía es lo primero; al contrario: para ellos lo primero es el sillón perseguido.
Después de haber vivido aquel día, da pena lo de este año. Tres Actos, Tres. Como cualquier corrida. Para correrlos… a gorrazos. Para botarlos en vez de votarlos. Hace cuarenta años funcionó porque nadie entre los promotores pidió medallas. Ahora se las colocan solos. No lo comprenden. No lo entienden. No han querido aceptar que Andalucía es lo primero; al contrario: para ellos lo primero es el sillón perseguido. Sin un empuje eficaz de la Sociedad civil esta vez, han puesto por delante sus particulares intereses estratégicos. No lo aceptan porque, como entonces, un partido se empeña en no reconocer la identidad de Andalucía. ¿O no? ¿O son mas de uno?
Han dividido, han roto. Han creado antagonismos. Sólo cabe esperar que nadie se deje llevar y considere esto un conflicto entre ciudades, porque no lo es. Sólo es un conflicto entre la ideología andalucista, nacionalista, la defensa real de los intereses de Andalucía, y el mismo fantasma centralista de siempre, que quiere Andalucía sumisa para sacar de ella cuanto consideren preciso a sus intereses y a los de sus respectivos patrocinadores.