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El foco en la víctima
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El foco en la víctima

Por Rafael M. Martos
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sábado 19 de julio de 2025, 04:00h
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Hay noticias que no son solo noticias. Son cristales a través de los cuales una parte del país se mira a sí misma… y elige dónde poner la lupa. El reciente y estremecedor caso ocurrido en Canarias —en el que un joven marroquí, llegado en patera hace apenas unas semanas, roció con un líquido inflamable y prendió fuego a una menor en un centro de acogida— ha vuelto a encender un viejo debate. No tanto sobre la violencia en sí, ni sobre las víctimas que la sufren, sino sobre el enfoque sistemático con el que algunos sectores abordan estas tragedias. Porque una vez más, lo que se destaca en titulares, tertulias y tuits no es la víctima… sino el agresor.

La pregunta es incómoda, pero necesaria: ¿por qué cuando se produce un delito de estas características lo que se subraya no es el dolor de la persona agredida, sino el origen, la condición migratoria o la nacionalidad del agresor? ¿Por qué el titular que se impone es “Un inmigrante irregular quema viva a una menor” en lugar de “Una menor inmigrante es brutalmente agredida en un centro de acogida”?

La víctima —en este caso, una menor inmigrante, residente en un centro de protección— no parece contar como sujeto de atención. Se ha sabido que la chica se había escapado del centro días antes sin que conste denuncia formal de desaparición, lo que abre interrogantes serios sobre la responsabilidad de las administraciones. ¿Quién la protegía? ¿Quién se ocupaba de su integridad, de su salud, de su paradero? ¿Quién estaba pendiente de ella?

Parece que nadie. Y sin embargo, toda la maquinaria mediática y política que se activa tras la agresión lo hace con la mirada fija en el otro lado: en el agresor, en su procedencia, en cómo llegó, en qué patera, en qué isla. No es solo una cuestión de enfoque, sino de relato. Porque el relato importa.

Este tipo de enfoque, por desgracia, no es nuevo. Lo hemos visto antes —y lo seguimos viendo— en los discursos que tratan de vincular inmigración y violencia de género. Se nos dice: “La mayoría de los agresores por violencia machista son extranjeros”. Como si el mensaje implícito fuera: expulsemos al peligro, pongamos fronteras al mal. Pero, ¿qué pasaría si le diésemos la vuelta al planteamiento? Si dijéramos: “La mayoría de las mujeres víctimas de violencia machista son extranjeras”. Entonces, el discurso sería otro: urge proteger a las más vulnerables, reforzar los recursos, actuar. Pero claro, eso no encaja con ciertas estrategias políticas que buscan convertir a la víctima en invisible para que el agresor, y solo el agresor, se convierta en arma arrojadiza.

Porque no nos engañemos: lo que se pretende no es justicia, ni reparación, ni una reflexión sincera sobre la violencia o los fallos institucionales. Lo que se pretende, en determinados círculos, es alimentar el rechazo sistemático hacia la inmigración. Especialmente si esa inmigración viene de África. Y mucho más si quienes llegan son musulmanes. Porque en ese imaginario político tan explotado, la figura del “otro” sirve para todo: para el miedo, para la alarma, para el voto.

No hay que negar la gravedad de lo ocurrido. Es un hecho salvaje, atroz. La menor se encuentra hospitalizada, luchando por sobrevivir con quemaduras severas. Hay que investigar lo sucedido, esclarecerlo todo, exigir responsabilidades. Pero no podemos permitir que se banalice la violencia utilizando el dolor como instrumento de campaña, ni que se deje fuera del foco lo más importante: la vida destrozada de una menor que, tras un periplo durísimo hasta llegar a España, ha sido víctima del abandono institucional y del horror de un ataque brutal.

Y aún hay otra capa de cinismo en este asunto. Porque cuando algunos se preguntan por qué estos jóvenes vienen a España, qué hacen aquí, por qué se les deja entrar, por qué no se les expulsa, suelen olvidarse de que también son menores. Que huyen del hambre, de conflictos, de contextos familiares rotos. Que no todos delinquen. Que muchos estudian, trabajan, intentan salir adelante. Pero todo eso queda silenciado cuando un caso aislado sirve como excusa perfecta para criminalizar al conjunto.

Hay que insistir: no se trata de ocultar los delitos, ni de restarles gravedad, ni de exonerar a nadie. Se trata de contar las cosas como son. Con todos sus matices. Y sobre todo, con todas sus víctimas. Porque cuando una joven menor, sola, sin familia, acogida por el Estado, acaba quemada viva en una calle de Canarias, no podemos mirar para otro lado. Ni dejar que el centro del debate lo ocupe quien ha destruido su vida, en vez de ella. Ojalá algún día el foco vuelva a iluminar a quienes más lo necesitan: las víctimas. No a quienes algunos quieren utilizar como estandarte del miedo.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"