Hay series que uno ve por ver, para pasar el rato, como quien se toma una cervecilla a mediodía sin más pretensión que refrescarse. Pero luego están esas otras que, sin ser ninguna obra maestra, te sorprenden por detalles que casi nadie comenta, que no van en las notas de prensa ni en las reseñas de los críticos, pero que a uno le dicen algo. O le gritan. Me ha pasado con El Legado, la serie de Netflix protagonizada por José Coronado, que he visto en julio, entre la playa y el aire acondicionado.
No me voy a poner a destripar la trama, que para eso ya está el algoritmo de recomendaciones o el tráiler, que bastante cuenta. Digamos que hay poder, intrigas, política, intereses económicos cruzados y un fondo buitre —cómo no, que no falte el villano de corbata. José Coronado está en su línea habitual, con esa mirada entre cansada y peligrosa que tanto le funciona, y un reparto que cumple. Vale. Todo eso está bien, está entretenido. Pero lo que me ha hecho pararme —y escribir esto, que no estaba en mis planes— no es ni la dirección, ni la fotografía, ni el guion, que tiene sus luces y sus sombras. Lo que me ha llamado la atención, para bien, es algo que a lo mejor muchos ni registran: el acento andaluz.
Sí, has leído bien. El acento. Y no me refiero a que haya un personaje gracioso soltando chascarrillos, ni a un camarero simpaticote con salero, ni a una limpiadora entrañable que todo lo arregla con un “niña, tú no te apures”. No. En El Legado hay, por fin, andaluces en puestos de poder. Y no de poder simbólico ni de comparsa: poder real.
Por ejemplo, el bróker del fondo buitre, el que reparte juego y presión en los despachos, es un andaluz que habla con todo su acento, sin rebajarlo ni disimularlo. Ni se le “neutraliza” ni se le pasa por el filtro de la corrección fonética que tanto gusta en las teles estatales. Es andaluz y punto. Y, por si fuera poco, la líder del partido político que forma coalición con el partido del Gobierno también lo es. Mujer, con poder estatal y acento de su tierra, como debe ser. Y no por eso es menos seria ni menos competente. Ahí la tienes, firme, decidida, sin imposturas.
Por cierto, ambos tienen su punto de maldad.
¿Y por qué me ha llamado esto la atención? Pues porque uno ya se ha cansado de ver siempre a los andaluces relegados al decorado, al chiste, a la ocurrencia. Nunca somos los que diseñan el edificio, sino los que lo limpian. Nunca somos los que negocian con el FMI, sino los que sirven los cafés en la sala de reuniones. En el cine y la televisión española, ser andaluz ha sido sinónimo de gracioso, de pobre, de inculto o de entrañable. Como si no hubiera médicos, ingenieras, arquitectas, periodistas o ministras andaluzas que hablen como hablamos nosotros. Como si el acento fuera un problema que hubiera que corregir para acceder a ciertos papeles, en la ficción o en la vida.
Y es que, en la vida, hay andaluces que han llegado mucho más lejos que aquello que dibujan las series, porque el listado de grandes artistas andaluces es abrumador en todas las ramas, de grandes científicos... pero también en la política hay y ha habido andaluces en lugares de relieve, pero parece que es cruzar Despeñaperros, y oye, que se les olvida quienes son y de dónde vienen, y sobre todo, a quienes se supone que representan.
Por eso, aunque El Legado no vaya a pasar a la historia como la nueva The Wire, yo celebro —y subrayo— esta representación. Porque que un andaluz pueda ser el tiburón financiero sin tener que ponerse acento de Valladolid o de Barcelona, o que una política andaluza pueda hablar andaluz sin ser ridiculizada, es ya un cambio. Es una grieta en esa visión centralista, homogénea y un pelín clasista que aún arrastra parte del audiovisual español.
Algunos dirán que eso no importa, que lo relevante es si la serie engancha o no. Pero yo creo que sí importa. Importa cómo nos vemos y cómo nos ven. Y vernos en la pantalla con nuestros acentos, nuestras maneras y también nuestras ambiciones, sin necesidad de pedir perdón por ello, es también un legado. Uno pequeño, quizá, pero necesario.
El listado de películas y series en las que sistemáticamente el andaluz es el ser más bajo del escalafón social, ya digo, es inmenso, y a veces encontramos a actores andaluces castellanizando su habla porque su papel se corresponde con una clase alta (laboral, social, económica, cultural o política), y actores castellanos que hacen de limpiadoras o porteros, "andaluzando" su habla, para resultar adecuados. Un ejemplo que ahora me viene a la cabeza es El Ministerio del Tiempo, donde el genio sevillano Velazquez parece nacido en "Valladolís" o en "Madrís", pero eso sí, cuando lo que vemos es una venta, el mesonero sí habla andaluz... aunque esté en la meseta...
Si este verano no sabes muy bien qué ver entre chapuzón y siesta, El Legado puede ser una opción curiosa. No solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Y por a quién deja hablar. Porque, a veces, lo que se oye de fondo —ese acento, esa voz que por fin no se calla— dice más de lo que parece.
Nota: El andaluz es mucho más que un acento o un modo de hablar, pero comenzar con éste es un buen principio para seguir avanzando.