El pasado lunes 21 de abril, a las 07:35 de la mañana, el mundo se despertó con la noticia que muchos esperaban y otros temían: el Papa Francisco nos dejó. La verdad es que hablar de papas y cónclaves me resulta un tanto ajeno, como si estuviera comentando un partido de fútbol entre dos equipos que no sigo. Pero hay algo fascinante en esta tradición milenaria que me atrapa.
La elección de un nuevo pontífice es como un reality show, pero con más incienso y menos drama. Imagínate a los cardenales metidos en la Capilla Sixtina, rodeados de arte sublime y con una responsabilidad monumental sobre sus hombros. Me hace pensar en esas reuniones familiares en Almería donde se decide quién va a preparar el plato estrella para la comida del domingo. Todos opinan, todos quieren tener voz, pero al final siempre termina decidiendo la abuela. ¿No sería genial que el nuevo papa eligiera su nombre después de una votación popular? “¡Que vote el pueblo!”, diría mi amiga Ana mientras se sirve un buen plato de gazpacho.
Hablando de nombres, me viene a la mente una curiosidad histórica sobre uno de los papas que nunca fue: Pedro Julião. Este hombre tenía la intención de llamarse Juan XXI, pero por un lapsus monumental terminó siendo Juan XXI cuando debería haber sido Juan XX. ¡Vaya lío! Es como si yo decidiera llamarme María cuando ya hay una María en mi familia y luego tuviera que explicarle a todo el mundo por qué no soy María II sino María III. A veces pienso que en Almería deberíamos tener un sistema similar para evitar confusiones: “Si ya hay un Antonio en el barrio, tú serás Antonio II”.
Y qué decir del legado de este papa ficticio. Su obra más conocida, *Tesoro de los Pobres*, es casi una mezcla entre un manual de autoayuda y un tratado sobre sexualidad. Imagínate a Pedro Julião escribiendo recomendaciones sobre cómo manejar el deseo sexual mientras se intenta vivir en celibato. Esto me recuerda a las charlas que teníamos con mis amigos durante la adolescencia sobre relaciones y amor; todos éramos unos expertos... hasta que llegó la realidad y nos dio una buena lección.
En fin, mientras esperamos al nuevo papa y su nombre —que seguramente será motivo de debate durante semanas— no puedo evitar pensar en lo simbólico que es todo esto. En Almería tenemos nuestras propias tradiciones y maneras de hacer las cosas; desde las fiestas patronales hasta cómo celebramos la Semana Santa. Cada nombre tiene su peso y su historia, así como cada papa trae consigo una carga cultural e histórica.
A ver qué rumbo tomará la Iglesia Católica bajo el liderazgo del próximo pontífice. Quizás sea alguien dispuesto a romper moldes o tal vez optará por seguir la línea tradicional. Lo único seguro es que habrá mucho ruido mediático alrededor de esta elección… ¡y quizás algún lapsus gracioso! Porque al final del día, todos somos humanos, incluso aquellos que llevan mitra y báculo.
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