Confesión de periodista: uno de mis mayores quebraderos de cabeza es traducir la jerga de los sumarios judiciales. Entre que los abogados utilizan un latín que ni Julio César y los implicados se inventan eufemismos para describir sus tejemanejes, al final el ciudadano se queda igual que mi abuela Rosario cuando intenta poner un vídeo en YouTube: sin entender nada.
Y es que la corrupción, para no sonar tan fea, se ha inventado su propia lengua. Un vocabulario de la picaresca que va del tecnicismo legal al diminutivo irónico. Un léxico que deberíamos colgar en la Plaza Vieja para que a nadie se le olvide qué se esconde detrás de cada palabrita.
Aquí va una pequeña selección de esos términos que, si los traduces al castellano de la Vega de Acá, son sencillamente robar:
¿Por qué se usa esta jerga? Porque es un escudo. Al ser complicado, confuso y ajeno al lenguaje de la calle, consigue lo que los implicados más desean: distanciamiento. Si no lo entiendes, es menos probable que te indignes con el mismo fervor que cuando te suben el precio del pescado en la lonja.
Detrás de cada "pitufeo" hay una evasión de impuestos que se traduce en peores servicios públicos. Detrás de cada "mordida" hay una obra peor hecha y más cara que pagamos todos. Es dinero que no se invierte en el soterramiento del tren, ni en mejores colegios, ni en más camas para el Hospital. Es dinero que se va al bolsillo equivocado.
Como periodista, mi deber es desmantelar esa jerga. Es como quitarle el disfraz de superhéroe a un niño travieso. Hay que llamar a las cosas por su nombre y recordar a la gente que, al final, la corrupción no es un problema de diccionarios, sino de ética, y que las "mordidas" siempre nos duelen a todos en el mismo sitio: el bolsillo.