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Kafka vive en Roquetas y trabaja para la SAREB
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(Foto: DALL·E ai art)

Kafka vive en Roquetas y trabaja para la SAREB

Por Rafael M. Martos
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miércoles 04 de junio de 2025, 06:00h

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Hay historias que no se entienden ni queriendo. Historias que, si uno las contara en una novela, le dirían que son demasiado inverosímiles. Y sin embargo, pasan. En Roquetas. En un edificio de alquiler llamado Vistaverde. Y lo que allí ha ocurrido —lo que sigue ocurriendo— no es que recuerde a Kafka: es que podría ser un capítulo perdido de El proceso, solo que protagonizado por familias que no entienden qué han hecho mal salvo intentar pagar su alquiler.

Porque ahí empieza todo: en pagar. Pagar religiosamente. Pagar cada mes sin retrasos. Pagar como se pagan las cosas cuando uno vive en un piso en régimen de alquiler. El edificio entero, prácticamente, funciona así: inquilinos que pagan. Pero, de repente, descubren que la empresa promotora a la que venían pagando por mediación de otra, ha quebrado. Quiebra la promotora, y se informa a los propietarios que a partir de ese momento, ya no les puede seguir cobrando. Y entonces llega la noticia: que el edificio ya no pertenece a quien creían, que está en manos de Bankia —bueno, estaba— porque Bankia ejecutó el préstamo que dio origen al inmueble, y que ahora, tras caer Bankia, la propiedad es de la SAREB. El banco malo. Sí, ese Frankenstein de lo público y lo privado donde los inmuebles van a morir. O a desaparecer.

A partir de ahí, todo es absurdo. Una pesadilla de trámites sin respuesta, de puertas cerradas, de teléfonos que no contestan y buzones que no devuelven eco. El edificio sigue lleno de familias. Familias que no saben a quién pagar. Porque si pagan a quien ya no es propietario, el pago no sirve. Si no pagan, incumplen y pueden echarlas. Intentan consignar el dinero en el juzgado, pero el juzgado dice que eso no va con él. Kafka escribía sobre un hombre que no sabe por qué está siendo juzgado. Aquí, decenas de familias no saben para quién están viviendo. Ni a quién le deben pagar su techo.

Contratan a un abogado, claro. Y ese abogado —Jesús Yebra, que se está ganando el cielo con este caso— tiene que enviar tres veces la misma documentación a la empresa Hipogest, contratada por la SAREB para gestionar estos asuntos. ¿Por qué tres veces? Porque nadie sabe dónde acaba la documentación. Nadie responde. Nadie está. A Hipogest no se le puede llamar. A la SAREB tampoco. Y si no puedes hablar con nadie, ¿cómo se resuelve algo? No se resuelve. O se resuelve por milagro, o por contacto político: un concejal que te pone con un diputado, que a su vez conoce a otro que quizá pueda hablar con alguien dentro del banco malo. ¿Es esto una película de espías o la gestión de un alquiler? Es inaceptable que haya que recurrir a esas influencias para solucionar un problema, en vez de tener establecidos procedimientos reglados para eso.

El resultado: meses de angustia, miedo al desahucio, inestabilidad para familias enteras que no piden otra cosa que seguir pagando lo que ya venían pagando.

Pero hay más. Porque el delirio no acaba. ¿Sabían que en Vistaverde se ha constituido una comunidad de propietarios... compuesta por inquilinos? Sí. Propietarios que no lo son. Pero la comunidad figura como si lo fueran. ¿Quién autorizó eso? ¿Qué notario lo firmó? ¿En qué dimensión paralela tiene eso sentido?

Y por si no fuera suficiente, a estas familias que viven en un edificio que nadie gestiona, que nadie cobra, que nadie representa, se les dice que no pueden acceder a la compra del inmueble porque el Gobierno ha decidido que los pisos de la SAREB se dedicarán exclusivamente a alquiler social. Bueno. Vale. Pero entonces, ¿cómo es que un fondo de inversión —un fondo, no una ONG— ha mostrado interés en comprar el edificio? ¿Y si lo compra, qué pasa con esas familias? ¿Qué garantías tienen? ¿Quién las protege?

Ninguna respuesta. Todo son pasillos vacíos, puertas sin pomo, funcionarios invisibles. Un laberinto sin centro. El banco malo no vende, pero puede acabar vendiendo. Los inquilinos no pueden comprar, pero sí pueden ser desahuciados. Pagan, pero no hay a quién. Reclaman, pero nadie escucha. Es como si todo estuviera diseñado para no resolverse nunca.

Y mientras tanto, nos extrañamos de que haya ocupaciones. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando pisos de la SAREB aparecen llenos de colchones y regletas. Pero ¿quién vigila esos inmuebles? ¿Quién sabe siquiera que existen? Si mañana se mete alguien en un piso vacío del edificio y no hace ruido, no se entera nadie. Porque no hay nadie al otro lado. Nadie que recoja una denuncia, nadie que escuche, nadie que gestione. Nadie. Solo la sombra de Kafka, escribiendo a máquina en un despacho del Ministerio de la Nada.

Esto no es una anécdota. Es un síntoma. Y es una vergüenza. Una doble indignidad: para quien vive allí sin saber qué futuro le espera, y para quien contempla todo esto desde fuera y no da crédito.

Roquetas, 2025. Vistaverde. No es literatura. Es el desastre.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"