Cuando alguien llama “insidioso” a querer vivir en la propia casa, desmorona su discurso; descubre su insidia y pierde toda la razón, si pudiera tener alguna, por más razones que invente. Insidia es actuar con acechanza; habitar la vivienda propia es un derecho. Insidioso será, en todo caso, quien se la quite por la fuerza, por derecho de conquista. Si encima afirma que Granada fue capital del Imperio Almohade, está dando motivos para la diversión. Si no fuera por lo lamentable del esfuerzo desarrollado para falsear aún más la Historia falseada que nos legó un rey analfabeto, y el antecedente del romance sobre el supuesto Conde levantisco, con un verso ignorado por el integrismo oficialista “Mantuvo siempre guerra / con los reyes de España”, verso que plantea serias dudas sobre su interpretación y uso posterior, muy al interés del susodicho oficialismo, pero muy poco respetuoso con la historia y con el espíritu del propio poema.
¿Cómo pudo hacerse santo a Fernando III, si, según sus panegíricos, no aceptó que ningún sevillano quedara en Sevilla tras su conquista? “Libre et quita”. Pero Castilla jamás contó con población para poder llenar las ciudades andaluzas, ni logística para vaciarlas. Algunos sevillanos, algunos, se establecieron en lo que se llamó “banda morisca”. Sin embargo, las tres poblaciones que la forman, situadas a un paso, ni remotamente reúnen el número de habitantes de la ciudad. Y, no satisfecho, el insidioso llama “insidiosos” a quienes querían seguir viviendo en sus viviendas.
A todo se le puede aplicar una definición amable, incluso gloriosa. Pero cada cosa es lo que es. Y a la espada se le puede buscar cualquier simbolismo, pero es un elemento creado para hacer daño. Para matar, aunque algunos la usaran para defenderse, uso que no encaja a los belicosos castellano-leoneses, navarros, catalano-aragoneses, franceses y otros, conquistadores del Valle del Guadalquivir en el siglo XIII. Y no es tratar aquello con mentalidad de hoy, pues en aquel tiempo, y antes, también había gente pacífica, con principios, honrada, decente y trabajadora. Los invadidos, mismo. (En cambio “los godos son pérfidos, pero castos”, dijo de ellos el Obispo Osorio) Nadie precisa defenderse si no es atacado por alguien. Los supuestos atributos de “fuerza y justicia” concedidos al arma, tienen mucho de burda justificación posterior, con que acreditar a los duchos manejadores de espadas para quedarse con tierras y haciendas ajenas, gracias a su destreza guerrera pero nula en lo cultural y humanística y a su falta de escrúpulos. Por más que quiera el insidioso. Y en esto no se habla de ayer con mentalidad actual, sino con mentalidad humana. En cambio, sostener que “la conquista de Andalucía fue obra de toda España”, sí que es lamentable traslación mental, un lenguaje que considera España una unidad desde tiempo anterior a la conquista del sur por el norte. Los reinos de Aragón-Cataluña, Castilla-León y Navarra, no eran España. Esa figura política vino siglos después. Es más: el propio Fernando “El Católico” nunca fue rey de Castilla; sí lo fueron su yerno, Felipe I de Habsburgo y su hija Juana II, de la que él sólo sería regente. Sí fue rey de Aragón-Cataluña, reino que su nieto, Carlos I, no habría heredado, pues habría sido para su hijo aragonés, si lo hubiera podido tener con su segunda esposa, Germana de Foix.
Ni Castilla, ni Magreb. Ni Oriente ni Occidente. Andalucía estuvo aprisionada entre dos mundos integristas, uno al norte: Castilla-León y sus reyes totalitarios. Otro al sur: las tribus del desierto magrebí, que habían impuesto su particular visión integrista del Corán. Unos y otros consideraban “desviadas” y “relajadas” las cultas costumbres de los reinos andalusíes. Desde el desierto vinieron a imponer ortodoxia religiosa. Desde el norte también. No se olvide que la conquista de Andalucía, desde 1212, batalla de Las Navas de Tolosa, fue declarada “cruzada” por el papado. Y a quedarse con “la tierra y el agua”, al estilo de los antiguos emperadores persas, pero sin integrar pueblos, porque esta tierra y quienes la cultivaban, era necesaria para el sustento de unas huestes que no podían trabajarla, porque consideraban una humillación el trabajo físico. Porque para ellos, al estilo de sus añorados godos, sólo la guerra era capaz de enaltecer y dignificar al hombre.
Entre sus insidiosos pseudo-argumentos, mantienen el vaciado de las ciudades andaluzas y la “repoblación” con elementos importados de Castilla. Si el reino de Castilla no pasaba de millón y medio de habitantes, mientras al Andalus tenía dos y medio ¿cómo pudo hacerse semejante trasvase? Es inocente, si no falsa composición, creer que un trasiego de casi dos millones de personas que habitaban el recién conquistado Valle del Guadalquivir hubieran podido ser trasladados al norte sin gravísimos problemas y disturbios. Y que las pobladas ciudades andaluzas, pudieran haber sido ocupadas con “repobladores” norteños, máxime teniendo en cuenta que el número venía a igualar, o incluso superar, la población total del reino castellano-leonés. Defenderlo no pasa de burda estulticia, movida por un insano afán de falsear la historia, en pro de una razón de la que se saben faltos.
A esforzados defensores de la unidad hispana no les importa la clase de pegamento y se prestan a continuar una ocupación con utilización de la materia prima y la fuerza motriz, como mano de obra barata para enriquecer otras zonas de la península y de Europa, vienen a contar milongas y a mantener conscientemente la tergiversación histórica que necesitaron los reyes leoneses para sentir –creer más bien- justificadas sus conquistas.