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La insoportable crueldad del Estado de Israel
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La insoportable crueldad del Estado de Israel

Por Rafael M. Martos
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miércoles 06 de agosto de 2025, 06:00h
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Ya no sé qué palabra usar. Ni qué imagen mostrar. Ni qué cifra repetir. Todo se ha dicho y, sin embargo, todo sigue igual o peor. Gaza se desangra, y el mundo —ese mundo tan civilizado que presume de derechos humanos en foros internacionales— se limita a mirar la pantalla, encoger los hombros y pasar al siguiente titular. A veces incluso con la excusa cómoda de que “esto es muy complejo”. Ya. Como si la muerte masiva de niños necesitara demasiadas notas a pie de página.

Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas lanzó su ataque en Israel provocando cerca de 1.200 muertes y cientos de secuestros, se desató una ofensiva devastadora sobre Gaza que ha cobrado —según fuentes oficiales— más de 60.800 muertos, de los cuales al menos 18.500 eran niños. Las cifras del Ministerio de Salud de Gaza sitúan el total en más de 60.034 vidas perdidas y más de 145.870 heridos. Estudios independientes, como el de The Lancet, estiman hasta 64.260 muertes por traumatismos solo hasta junio de 2024, y reconocen que la cifra real podría ser aún mayor incluyendo fallecidos por hambre, enfermedades o enterrados bajo escombros.

La proporción de civiles muertos —mujeres, niñas, niños, ancianos— roza el 80 % del total, según múltiples informes. Los índices muestran cómo Israel lanzó bombardeos masivos —como los de marzo de 2025, que dejaron 413 muertos, de los que 174 eran menores e hicieron colapsar los hospitales locales por falta de suministros básicos.

Han circulado imágenes desgarradoras de un bebé palestino fallecido, del que al parecer se ha difundido que padecía una patología previa, usado para justificar la víctima que no es cierta la cifra de bebés muertos, ya que no lo eran por ataques de Israel. Pero aquí está la llave del horror: si Gaza no estuviera bajo un estricto bloqueo, si los padres hubieran tenido acceso a un sistema de salud funcional, si el entorno permitiera una vida mínimamente digna, esa patología quizá nunca habría sido mortal. Usar este caso como excusa es una forma de crueldad silenciosa. Es negar la responsabilidad de los 18.500 menores asesinados por metralla, por hambre o por insalubridad.

Por eso, cuando Israel exhibe el vídeo de un secuestrado por los terroristas de Hamas cavando su propia tumba, hay que recordar que no es más cruel eso que dejar Gaza sin lugar donde enterrar a tanto muerto por sus bombas, sus balas y su hambre.

La crisis humanitaria avanza sin freno. Según la ONU y UNICEF, más de 6.000 niños han sido tratados por desnutrición severa en Gaza; al menos 175 personas han muerto por hambre, incluyendo 93 menores. Esto ocurre mientras se bloquean 22.000 camiones de ayuda, cuando el mínimo necesario rondaría los 600 diarios. Y aun en los puntos de distribución de alimentos, decenas de civiles han sido asesinados por fuego israelí, a menudo mientras esperaban comida y eran objeto de un macabro juego entre militares y contratistas.

La mayoría de esos camiones son de países musulmanes, y hay que decirlo, porque hay quien se burla de palestinos diciendo que nadie les quiere recibir, porque es falso. Lo que no puede ser es que te echen de tu patria y se culpe a otros de no querer acogerte... ¿pero por qué Egipto o Líbano tendría que abrir sus puertas a miles de nuevos habitantes, no sería lo sensato que cada cual viviese en su casa? Y eso incluye a que los israelíes se queden en la suya, y no ante tocando las narices de Irán o Siria, y luego pidan la ayuda de los EEUU.

Cuando ciertos Estados alientan o exigen que la población palestina “se vaya” o abandone su tierra, crean una nueva forma de limpieza: expulsión por hambre o bombardeo. Algunos extremistas han sugerido que los gazatíes dejen su hogar porque “no tienen lugar aquí”. Es una forma de violencia simbólica que pone otra lápida a su existencia, y que no por tácita deja de ser agresión planificada. La insistencia de algunos en forzar la salida colectiva recuerda los episodios más oscuros del siglo XX: limpieza étnica sin eufemismos.

Todo esto no es un efecto colateral. Es una política. Una política que estrangula, que asfixia con hambre, con fuego y con calles cerradas. Es, en palabras de organizaciones de derechos humanos, un crimen de guerra bajo bloqueo y fuego directo.

Es esencial separar el aparato del Estado de Israel, su liderazgo político —sobre todo la extrema derecha liderada por Netanyahu y ministros como Itamar Ben-Gvir—, de la comunidad judía en el mundo. Muchos judíos no solo objetan esta escalada, sino que han salido a las calles exigiendo un alto al fuego, reclamando mayor humanidad, y negando que este ataque sea en su nombre.

Grupos como la American Jewish Committee o la Union Reform Rabbi Assembly demandan el envío urgente de ayuda a Gaza y apuntan al riesgo moral de mantener esta política. Incluso sectores habitualmente conservadores han denunciado la deshumanización infligida sobre civiles palestinos.

La comunidad internacional parece dormida. Cuando emergen reacciones —como desde algunos gobiernos europeos o medios españoles—, es con la boca pequeña o retórica tibia. Nos llegan imágenes de miseria y devastación y, en su mayoría, no renuevan decisiones políticas efectivas. Mientras, Estados Unidos, con su apoyo incondicional, amortigua cualquier peso real por parte de Israel.

Yo ya no sé qué más decir. Solo sé que si seguimos llamando “defensa” al exterminio, “colateral” a la infancia muerta y “neutralidad” al silencio, entonces no es que estemos perdiendo el juicio, es que lo estamos enterrando bajo los escombros. Como a tantos otros.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"