La pata peluda del autoritarismo y la falta de libertades no es que asome la patita, es que la muestra orgullosa.
Le han dado a María Corina el Nobel, y en una de esas raras ocasiones los de la Academia han acertado.
Mujer, luchadora, perseguida: lo tendría todo para ser santa y mártir.
Pero ocurre que quien la persigue es un régimen nepotista, corrupto y criminal, aunque con amistades entre los dirigentes que dicen ser de izquierdas.
Fui de izquierdas, soy de izquierdas y creo que moriré soñando una sociedad como la que describía Labordeta:
“Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad”.
No era para todos menos los venezolanos, chinos o rusos.
José Antonio no matizaba ni excluía.
Pues resulta que hay una parte que la insulta (recordemos que está en paradero desconocido por estar amenazada por Maduro) y otra que la ningunea.
Pero este apostolado incoherente de parte de la izquierda no es novedad.
Son los mismos que santificaron a Stalin, que adoraron a Mao, que dijeron sin pudor que Sajarov era un espía americano, que negaron los poemas de Reinaldo Arenas contra el régimen castrista, que borraron a víctimas como Melquiades Álvarez o Muñoz Seca de la memoria histórica, que llamaron a Lech Wałęsa “peón del capitalismo” y, más recientemente, que afirmaron que Putin iba a “desnazificar” Ucrania.
¿Y cuál es el pecado de María Corina?
Ser la última opositora de Maduro.
Y digo la última porque otros han caído bajo las zarpas constantes y continuadas del sátrapa.
Iglesias la ha comparado con Hitler; Sánchez, Sumar y varios ministros la han ninguneado.
Todo el espectro político progresista, a día de hoy, salvo honrosas excepciones como Emiliano García-Page, en el mejor de los casos ha obviado a la premiada y perseguida María Corina.
Muy de la causa estalinista: aún desconocemos si han mandado a alguien, piolet en mano, para felicitarla.
Si para ser de izquierdas es necesario contribuir, permitir, defender o elogiar regímenes corruptos, autoritarios y criminales, en lugar de denunciarlos, creo que me bajo.
O mejor: que se bajen ellos.
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