En elecciones, si cabe, la desfachatez, caradura y sinvergonzonería política es más palpable, provocativa y humillante, porque, cual trileros, nos mienten, estafan y se burlan con una sonrisa, una palmadita y el regalo de un abanico. Pero en vez de esconder la bolita, juegan, trafican y utilizan nuestro voto.
Nos invitan a votar aduciendo que es la fiesta de la democracia, que somos libres de elegir a nuestros dirigentes, pero sabemos que no es verdad, que el sistema está planificado, repartido, pactado, para que siempre ganen los mismos: los partidos políticos, la monarquía y los grupos empresariales para los que trabajan.
Antonio García Trevijano, jurista, político y pensador, lo explicaba cada vez que tenía ocasión en las televisiones de los 90. Afirmaba, sin miedo, a pesar de haber sido vilipendiado, encarcelado y sufrir varios atentados, que la democracia en España no existe. Que el poder reside en manos de unos pocos que dirigen los partidos políticos, que tienen el monopolio de los medios de comunicación, que están financiados por el Estado y no respetan la voluntad de la sociedad civil.
Los dirigentes representan a sus partidos, no al pueblo, que solo puede votar unas listas cerradas, elegidas por ellos, por la oligarquía que dirige el país, que tras la muerte del golpista, dictador y asesino, evitaron romper con el pasado, y pactaron una reforma de la dictadura que les garantizaba, y les repartía, el poder, y nos imponía una monarquía, con un Parlamento secuestrado por los partidos políticos, y una Constitución que es violada sistemáticamente.
Lo acusaron de sedicioso, pero escuchando sus palabras, a toro pasado, queda la duda, razonada, de si elegimos el camino equivocado para la tan aplaudida Transición.
Este sistema de partidos, de políticos marioneta, que Eduardo Galeano, describe con unos versos sublimes: “Los políticos hablan, pero no dicen. Los votantes votan, pero no eligen. Es más libre el dinero que la gente”, es el que está permitiendo, entre otros muchos, un nuevo expolio, ecocidio y pelotazo en la Vega de Mestanza, a la orilla del Guadalhorce, donde arrancarán 20.000 árboles frutales para construir una depuradora.
Infraestructura necesaria e imprescindible para la provincia de Málaga, pero para la que se ha elegido, de las cinco alternativas que se plantearon, la que es ilegal y más peligrosa, porque se va a construir en zona inundable; la más cara, 131 millones de euros, porque para evitar las posibles inundaciones tienen que elevarla 4,5 m del suelo, y la más inmoral porque destruye la última vega de la comarca, afecta a unas 500 personas, acaba con la economía local, el ecosistema de unas 30 especies amenazadas y el gran legado cultural que pronto cumplirá cien años, desde que los marqueses de Larios alquilasen a José y María las tierras baldías e inundables, que más tarde, con mucho esfuerzo, compraron y convirtieron en un vergel.
Ante este atropello es de nuevo la ciudadanía, encabezados por un grupo de jubilados, los que se han propuesto resistir y #salvarvegamestanza. Tiran de imaginación y sentimientos, organizando convivencias en el mirador presidido por un ciervo de madera e incluso han rodado el corto “Mestanza, la última vega”.
Además, sabiendo cómo se las gasta el sistema, han llevado su lucha a los plenos municipales, al Parlamento de Andalucía, y por supuesto a los juzgados, porque solo allí se consiguen parar estos proyectos. Han contratado un abogado gijonés, sin amiguetes en los mentideros políticos andaluces, que ha pedido medidas cautelares argumentando, como viene siendo habitual, que no es posible acceder a la información pública del proyecto. Ha denunciado penalmente, por prevaricación, a los responsables autonómicos; que el proyecto es una copia de otro del 2007 y que ni siquiera tiene evaluación de impacto ambiental, cuando debe ser lo primero.
Este cúmulo de despropósitos lo puedo entender por varios motivos. La urgencia por dejar de pagar la escandalosa multa de Europa ante la nula depuración de nuestras aguas; porque las alternativas que no valoran estarán en zona urbanizable y eso se traduce en proyectos y comisiones; o quizá, el cargo les queda demasiado grande; o, y es lo más probable, confiaban en manipular a los vecinos con el trile habitual, pero esta vez han pinchado en hueso y los pobladores de Mestanza harán todo lo posible, por defender sus raíces, su forma de vida, la historia y el ecosistema de ribera que les vio nacer y donde quieren criar a sus nietos, viendo la preciosa puesta de sol sobre la vega y oliendo a azahar, pero sobre todo para recordarnos, que la democracia no existe, se pelea, se conquista.