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Catalanofobia a pie de calle

Por Javier G. Pulido
sábado 28 de octubre de 2017, 10:36h
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Os pongo en situación. Esta historia pasó en un pueblo de Andalucía.

Me encontraba el curso antepasado junto a otro colega profesor en la “esquina los viciosos”; el lugar en los aledaños del Instituto dónde nos concentrábamos en recreos y huecos de horario los profes fumadores para darnos un chute de nicotina y sepultar en humo las penas y miserias propias de la condición docente.

Había por esa fecha unas elecciones cerca y mi interlocutor (“de izquierdas” –signifique eso lo que signifique- pues había votado al PSOE, a IU y por entonces dudaba si votar o no a Podemos) me interpeló sobre que iba a hacer yo ante la convocatoria.

En cualquier otra ocasión hubiera utilizado mis recursos habituales para salir del paso. Pero esta vez, sea porque preveía que no repetía en el Insti, por hartazgo de tanta autocontención o porque se me cruzaron los claves, se me ocurrió responder “sacando la patita”: “Yo no voto a partidos españoles”, dije.

El colega entendió al instante el matiz (“el más tonto hace relojes”, dice un refrán). Seguro que si le hubiera respondido sin apellidar y especificar a quien ni votaba ni podía votar y me hubiera limitado al tópico anti político al uso, la conversación hubiera ido por otros derroteros. “¿Qué es eso de “españoles”?, replicó. Argüí algo así como que “siendo andaluz, era lo lógico que sólo pudiera votar a partidos andaluces y que como no había ninguno que se presentara y con quien me identificara, no me quedaba otra que abstenerme o hacer voto nulo”.

A la velocidad de la luz, mi colega profesor (licenciado universitario, obviamente, implique eso lo que implique) enganchó con lo de Cataluña: “¿Tu que eres? ¿cómo los catalanes?”, me inquirió, mirándome entre sorprendido y enfadado.

Omito el pin-pam-pum eléctrico de frases y replicas que intercambiamos a continuación a cuenta de condados y reinos, sobre pobrezas y riquezas –en clave de “agravio comparativo”, por su parte, claro- del futuro del Barça, del derecho a decidir o de autodeterminación y sobre no recuerdo qué más.

En un momento dado y para machacar mis respuestas [pronto llega el ejemplo de “catalanofobia”, no os impacientéis] el colega profe me espetó, terminal: “Que no. Que Cataluña es de España y punto. Y que como eso es así, el destino de Cataluña lo tendremos que decidir todos los españoles. ¿Qué se creen los catalanes?”

Como quiera que se me ocurrió responder que qué pasaba si la mayoría de los catalanes querían decidir el destino de su país y sacar a Cataluña de España, mi replicante –que ya estaba encendido como nunca lo había visto- me sentenció: “Pues si los catalanes se quieren ir, que se vayan. Pero Cataluña se queda”. [¿Os dais cuenta?. Pura “catalanafobia” de calle. Sin eufemismos o retóricas alambicadas]

En otras palabras, lo que este profe -con el que hasta ese momento había mantenido una relación cordial o al menos correcta- quería expresarme es que los catalanes tenían derecho a emigrar en masa si se empecinaban o les daba el punto; podían si no aguataban a España desalojar Cataluña, dejándola vacía o casi… pero Cataluña –sus pueblos, ciudades, campos y fábricas- no era suya. Eran de España. Y siempre lo serían (lo mismo que en su día se dijo por España acerca de Cuba o de Marruecos o que en un futuro se puede escuchar acerca de Andalucía, si ojalá se diera el caso). La alternativa de mi interlocutor para resolver el llamado “problema catalán” era incitar a una deportación en masa, a una limpieza étnica. Aprovechar la “manía” de los catalanes para rellenar Cataluña de españoles y acabar así definitivamente con el “problema catalán”. Un planteamiento etnocida.

Posiblemente mi colega no era consciente de en qué compañías políticas e históricas le situaba su argumentario y se hubiera indignado si se me hubiera ocurrido citárselas. También es muy posible que no entendiera que sus afirmaciones implicaban desconocer incluso hasta la misma existencia de un pueblo catalán y reducirlo a la condición de una mera población amorfa, sin derechos colectivos ni identidad reconocible y respetable.

Quizá haya algún catalán o catalana que abrumado por el fondo de la anécdota que relato quiera pensar que se trata de un caso extremo o de una excepción. Intuyo que la mayoría de los que somos andaluces y vivimos además en Andalucía diremos que no. La inmensa mayoría de los catalanes vive en Cataluña y por eso no es fácil que les llegue lo que realmente corre por fuera. Sólo quizá lo que transpiran algunas redes sociales puede servirles de eco. Incluso el unánime discurso de prensa y medios sólo llega a transmitir una versión políticamente correcta de lo que es el españolismo de calle. Lo único excepcional de la anécdota es quizá que se llevara hasta su conclusión lógica el discurso españolista al uso que sufrimos en Andalucía. No había allí cámaras, ni micrófonos ni público. Sólo un ejercicio coherente de españolidad llevado hasta sus últimas consecuencias.

Responderlo requiere de una claridad y coherencia equivalentes: igual que sólo los andaluces tienen derecho a decidir el destino de Andalucía (el país de los andaluces) sólo los catalanes tienen derecho a decidir el destino de Cataluña (el país de los catalanes).

Y todos los recursos que se usen para aplicar esos derechos son legítimos.

Y si además se usan para librarse de un corsé de siglos, mejor que mejor.

Y quien no afirme algo tan claro y evidente no es de fiar.

Ni en Cataluña ni en Andalucía.

[PD. La charla relatada que ha servido de soporte a esta historia terminó abruptamente gracias al oportuno timbrazo que nos llamaba a retornar adentro de nuestro “almacén de adolescentes”. Fuimos civilizados y lo dejamos correr. No hicimos más mención del incidente. Pero desde aquel día, casualmente, no coincidimos más en la “esquina los viciosos”. Nos habíamos calado]

Javier G. Pulido

Profesor de Secundaria de Geografía e Historia.