En Almería, 137.716 personas cuentan con estudios superiores, lo que equivale al 18,8 % de la población. De ellas, 127.756 son españolas (92,8 %) y apenas 9.960 extranjeras (7,2 %). El dato sería solo una curiosidad estadística si no lo pusiéramos en contexto: el 21 % de la población residente en la provincia es de origen extranjero. La diferencia es demasiado amplia para pasar desapercibida, y supone un ejemplo más de otra brecha que debe ser rota.
No se trata de marginación directa ni de barreras legales que impidan a nadie matricularse en la universidad por su procedencia. como tampoco se ponen trabajas a los gitanos, por ejemplo, pero las cifras son escalofriantes. Se trata de una brecha silenciosa, la que surge de factores como el nivel socioeconómico, la estabilidad laboral, la disponibilidad de redes de apoyo. Son condiciones que, de forma desigual, facilitan o dificultan dar el salto a los estudios superiores. Los datos que aportábamos este pasado fin de semana son clarísimos, y es que si en la educación infantil las cifras están igualadas, a medida que se asciende, los extranjeros van desapareciendo.
Esta desproporción revela algo más profundo que un simple desfase numérico: condiciona el presente y, sobre todo, el futuro de Almería. Porque si uno de cada cinco habitantes es extranjero pero solo una pequeña fracción de ellos accede a la universidad, estamos dejando fuera de la ecuación del conocimiento a una parte sustancial de la sociedad. La pregunta es por qué sucede ésto, por qué abandonan antes el sistema, por qué no llegan a la Universidad. Que de una forma tan abrumadora opten por no seguir estudiando demuestra que desconfían de las oportunidades que les otorga un título, que pocos escogerán a un médico, un abogado o un arquitecto senegalés o maliense, que con los títulos se tarda en alcanzar el puesto de trabajo y hay que llevar dinero a casa cuanto antes.
No es solo una cuestión de justicia social. Es, sobre todo, una cuestión de inteligencia colectiva. Las aulas universitarias no solo forman titulados; también son espacios donde se cruzan perspectivas, experiencias y formas distintas de entender el mundo. Limitar esa diversidad es empobrecer el debate, la innovación y la capacidad de afrontar problemas con soluciones creativas. La Universidad no puede ser monocromática cuando la realidad es de colores. Algo falla.
Cerrar la brecha pasa por algo más que buenas intenciones: becas específicas, programas de orientación, facilidades para compatibilizar trabajo y estudios. O igual ninguna de ellas, lo desconozco, pero parece evidente que esa diferencia entre un grupo poblacional y otro no tiene justificación, porque solo ahondará en el racismo y la xenofobia por la vía del clasismo social.
Si Almería quiere un futuro dinámico, con capacidad para competir y adaptarse, no puede permitirse que el acceso a la educación superior sea un privilegio desproporcionadamente concentrado. La estadística de hoy es, en realidad, una previsión del mañana. Y ahora mismo, el pronóstico es que estamos desperdiciando una buena parte del potencial que vive entre nosotros.