Al enterarme de que VOX ha pedido a la DGT y al Ayuntamiento de El Ejido las imágenes de las cámaras de seguridad para saber quién vandalizó su valla publicitaria en la que preguntaban «¿Qué Almería quieres?”, con una mujer en tirantes y otra con burka, escuché al sanedrín de un bar y he decidido quitarme este peso de encima: he sido yo. Ya está, no sigan perdiendo el tiempo.
Lo sé, estuvo mal. Lo único que quieren es generar un debate social educado, educativo y transformador. Que la ciudadanía se haga preguntas, analice los datos, intercambie pareceres, tome una decisión consensuada, vote democráticamente en consecuencia y acepte los resultados durante los cuatro años que dura la legislatura, dejando a los ganadores llevar a cabo su programa electoral.
Sin embargo, yo me monté mi película en la cabeza, seguro que influenciado por la información sesgada de algunos medios, y me dejé llevar por mis impulsos más primarios, pensando que era un mensaje provocativo, xenófobo y generador de odio porque la valla estaba a quinientos metros de una mezquita, como si eso hubiese estado premeditado cuando es solo una simple casualidad.
Cuando lo comenté en el bar, se lo tomaron a risa porque no me veían capaz de hacer algo así, pero, al ver que hablaba en serio, el camarero me dijo que no me preocupase, que me marcase un Rajoy, lo dejase pasar y me invitó a un carajillo para limpiar mi conciencia. Pero el enterrador, que por su trabajo sabe que el cementerio está lleno de valientes inconscientes, me aconsejaba que me dejase de chiquilladas, que esto era muy serio y que si solo lo hacía porque crecí influenciado por el anuncio de Póntelo, pónselo, era un disparate. Que destruir la propiedad privada, atacar la libertad de expresión y cabrear a los fascistas no es un juego y no es lo mismo que hacerse el héroe diciendo que el condón es tuyo. Vete tú a saber si el chaval terminó aprobando el curso con aquel cabreado profesor, pero el guantazo tuvo que ser de aúpa.
Le dije que no había que ponerse tan dramático, que no era para tanto, pero el conspiranoico, bajando la voz, decía que hay que andarse con cuidado y no pronunciarse ni significarse mucho porque se rumorea que Abascal, mientras Sánchez celebra el aniversario de la muerte del dictador, quiere entrar en el Congreso de los Diputados el próximo 20 N, montado en su caballo blanco como el Cid o Santiago Matamoros, pegando tiros al aire como Tejero y gritando por ¡España, una, grande y libre!
El sacristán dijo que ese, con sus declaraciones, se ha convertido en un infiel y que Dios es amor. Que Jesús predicó que somos todos iguales ante los ojos del Señor y que hay que amarse los unos a los otros. Que lo mejor era confesárselo al cura y que, con tres padres nuestros y una aportación generosa al cepillo, estaba todo arreglado. Que lo dejase en manos de la Iglesia, que ella sabe de guerras santas y cómo mantener a raya a los infieles.
El monárquico me dijo que una buena excusa lo soluciona todo, pero siempre que parezca sincera y no te dé la risa. Un «lo siento, no volverá a ocurrir» sirve para después de matar a un elefante o a tu hermano, tras pactar con un dictador el trono, robarle al pueblo que gobiernas, inventarte un golpe de Estado para luego desarmarlo y parecer un héroe, sobornar y amenazar de muerte a tus amantes o tras publicar unas memorias desmemoriadas.
Un policía, tapándose la placa, dijo que no había de qué preocuparse, que las cámaras del ayuntamiento, la mitad son disuasorias y no funcionan, y que las de la DGT están para facturar, así que solo graban matrículas y el resto les da igual. El abogado le dio la razón, y dijo que, aunque me viese nítido, siempre puedo alegar que no me reconozco como Cerdán y compañía, y que si eso no cuela, ya se inventará algo para ir alargando el procedimiento. Pero que ande con cuidado, que la ley no es igual para todos, y que al final los pobres y los que no tienen amigos influyentes son los que siempre pagan. Que cuando se mezcla la política, la justicia muestra su injusticia, que por eso el ayuntamiento ha vuelto a descubrir la otra valla que tapó a bombo y platillo denunciando un delito de odio.
Una anciana que pasaba por allí, como el que no quiere la cosa, dijo que a palabras necias, oídos sordos, que cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue, y que lo que quieren es cabrearnos, dividirnos y ganar votos. Luego añadió, mirando a la tele, donde hablaban de la España vaciada, abandonada y quemada, que hay que tener cuidado con los fuegos que encendemos, que luego no sabemos cómo apagarlos y arrasan con todo.
Consultándolo con la almohada, concluí que lo mejor era confesar, porque consecuencias en este país, pocas. A unas malas, si me ponen una multa, siempre puedo ir a los platós de televisión a recaudar para pagarla. Y luego el libro, la serie, la película y quién sabe si, estirando el chicle, me da para hacer un partido político y acogerme a la inviolabilidad e inmunidad parlamentaria.