Parece mentira que un procedimiento que busca aliviar el miedo en los más pequeños pueda convertirse en una pesadilla. La noticia de Alzira, con una niña de 6 años fallecida y otra de 4 hospitalizada tras una sedación en una clínica dental, me ha encogido el corazón. Y no puedo evitar pensar en mi primita Carmen, la benjamina de la familia, que con sus rizos rubios y esa sonrisa que ilumina el Paseo de Almería, a veces se pone de punta cuando toca ir al dentista.
La conmoción es inmensa, claro. Es el miedo más primario: llevar a tu hijo a que le arreglen un dolor y que te devuelvan una tragedia. Un precio sencillamente inasumible.
Es cierto, la odontología ha dado un salto brutal. Lejos quedan los tiempos en que mi abuelo Manolo, que era de los de la "vieja escuela" y le daba miedo hasta el vapor del café, me contaba que la única sedación que había era apretar los dientes y aguantar. Ahora tenemos técnicas sofisticadas que hacen los tratamientos más precisos y menos traumáticos, especialmente para los niños. El objetivo de la sedación consciente, o incluso la profunda, es bendito: que el niño no sufra, que no se mueva y que el dentista pueda trabajar bien. Un win-win.
Pero es justamente en esa carrera hacia la sofisticación donde quizás reside la trampa. Los riesgos existen, son mínimos, sí, pero existen. Y cuando se trata de la vida de un niño, no hay riesgo lo suficientemente pequeño.
He estado hablando con un experto que me ha puesto los puntos sobre las íes. La sedación, aunque se use de forma ambulatoria, no es un caramelo. Requiere un monitoreo constante y, lo más importante, un equipo humano cualificado para manejar cualquier complicación. No se trata solo del dentista, sino del personal auxiliar y, en muchos casos, de la presencia de un anestesiólogo.
La pregunta que flota en el ambiente, y que toca debatir con seriedad, es si la alta demanda de tratamientos y la competencia en el sector están llevando a algunas clínicas a "simplificar" o "abaratar" procesos que deberían ser sagrados. ¿Se está delegando la vigilancia en personal menos preparado? ¿Se está asumiendo que "como nunca pasa nada", no es necesaria la presencia de un anestesiólogo?
No podemos permitir que la comodidad o la rapidez pasen por encima de la seguridad. Cuando se administra cualquier tipo de sedante, se está actuando sobre el sistema nervioso central. Hay que estar preparado para la respuesta inesperada, para la reacción adversa. Es como ir a la playa de Los Genoveses en pleno verano: sabes que el aparcamiento estará a tope, pero tienes que tener un Plan B para que la excursión no se arruine. En este caso, el Plan B es tener la infraestructura y el personal para reanimar a un paciente en segundos.
La confianza en la sanidad es uno de nuestros pilares más fuertes, algo que mi tía Pepi, que trabaja en la cocina del Hospital de Torrecárdenas, siempre me recuerda que debemos valorar. Y tragedias como la de Alzira la erosionan.
La lección, dolorosa y urgente, es clara: tolerancia cero al riesgo evitable.
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Hay que revisar los protocolos.
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Hay que exigir transparencia en la cualificación del personal que seda.
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Y hay que recordar que la tecnología es un medio, no un fin.
Que la sonrisa de un niño sea la única protagonista en una clínica dental. Es lo que pido desde esta esquina de Almería, esperando que la justicia y la verdad le devuelvan algo de paz a las familias afectadas.