El resplandor que desde la noche del 26 de enero de 2025 emana del Conjunto Monumental de la Alcazaba no es solo una cuestión de lúmenes o de eficiencia energética; es, ante todo, un ejercicio de memoria histórica sobre la capacidad de la administración para convertir un presupuesto en un bucle infinito. Tras décadas de penumbra, el principal emblema de esta provincia ha decidido abandonar el modo "ahorro político" para lucir como lo que es, aunque para llegar aquí hayamos tenido que atravesar un desierto de promesas incumplidas que ríete tú del de Tabernas.
Echar la vista atrás es recordar aquel 2015 en el que el Gobierno de la Comunidad Autónoma, entonces bajo el mando socialista, nos vendía una iluminación ornamental "espectacular". Aquello iba a ser el faro de la Bahía, el orgullo de la ciudad. Junto a los focos, se nos prometía el arreglo de la muralla norte, ese lienzo que las humedades se estaban merendando ante la pasividad de Sevilla. Durante años, concretamente entre 2015 y 2018, los presupuestos de la Junta de Andalucía eran una especie de "día de la marmota" contable: aparecía una partida de algo más de 700.000 euros para la iluminación que se repetía, céntimo arriba, céntimo abajo, sin que en el cerro de San Cristóbal se viera un solo técnico cambiando una bombilla.
Fue en 2017 cuando la entonces delegada del Gobierno andaluz en Almería, Gracia Fernández, sacó pecho anunciando que la Comisión de Patrimonio había dado el visto bueno y que aquello se haría mediante un convenio con Endesa. Una fórmula elegante para no decir quién pagaba la fiesta o, más bien, para camuflar que tras cuatro años de anuncios lo único que se había iluminado era el despacho de algún asesor. El resultado de aquel convenio fue, siendo generosos, una iluminación pobretona que tardó cuatro años en materializarse para terminar pareciendo el alumbrado de una verbena de barrio comparado con lo que la Alcazaba merece.
Resulta curioso que ahora, cuando la Alcazaba empieza a "volver a ser lo que fue" —permitiéndome usar el himno de Andalucía para algo tangible—, sea todo acogido con tanta indiferencia entre ciudadanía y asociaciones culturales locales.
Es el guion habitual de la política andaluza: el Partido Socialista las promete, las presupuesta una y otra vez, no las hace, y cuando el Partido Popular llega y las ejecuta, el argumento es que "eso ya lo habían pensado ellos". El problema es que de pensamientos no se abren los centros de salud.
La lista de "incapacidades" ejecutivas es tan larga como la sombra de la Torre del Homenaje. Prometieron el Centro de Salud de la Casa del Mar y ahí quedó, como un esqueleto de hormigón; prometieron el de Piedras Redondas y la misma historia. Por no hablar de la primera piedra del Hospital Materno Infantil, que estuvo tan sola durante tanto tiempo que probablemente ya estaba necesitando atención psicológica. O la reforma del Ayuntamiento de Almería, en la Plaza de la Constitución, donde hubo que colocar un cartel —aquellas famosas banderoalas que señalaban directamente a la Junta— para explicar que si el corazón administrativo de la ciudad estaba en ruinas era por la desidia de quienes hoy dan lecciones de gestión desde la oposición.
Es cierto que la administración tiene sus tiempos, sus trámites y su burocracia, y que no se puede exigir que un renglón en un presupuesto se convierta en ladrillo al día siguiente. Pero tardar cuatro años en decidir dónde poner un foco o décadas en terminar un hospital no es "trámite", es falta de voluntad política con esta provincia.
La Alcazaba luce hoy como el faro que siempre debió ser, recordándonos que entre el dicho y el hecho, en Almería, solían pasar varios lustros. Ahora que por fin hay luz, lo que se ve con total claridad es la diferencia entre un anuncio en el BOJA y una obra terminada. Lo que le interesa al ciudadano no es quién tuvo la idea en 2015, sino quién tuvo la decencia de apretar el interruptor en 2025.
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