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La llave de cristal

Por Javier Irigaray
lunes 12 de enero de 2015, 07:39h

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“Los negocios son los negocios y la política es la política. Cada cosa por su lado”, le decía Shad O’Rory a Paul Madvig en ‘La llave de cristal’, una novela de Dashiell Hammett en la que dos bandas rivales, encabezadas por los protagonistas de ese diálogo, pugnan por situar a sus candidatos al frente de la ciudad y, de esa forma, poder controlar toda la administración pública.

Cuando los ministros de Cultura de Francia leían libros, André Malraux recomendó la novela a André Gide. La trama describe la corrupción política en la Norteamérica que sigue al estallido de la burbuja financiera de 1929, pero la escasa descripción de los lugares en que se desenvuelve, así como el trasfondo de la acción, donde no faltan referencias a adjudicaciones municipales de diversas obras de infraestructura y servicios, bien podía sugerirnos otros escenarios y otros tiempos que nos son mucho más cercanos.

Hammett, durante la novela, nunca habla de partidos políticos, sino de bandas de gánsteres. El protagonista de la acción, Ned Beaumont, es amigo de uno de los candidatos, un mafioso, y busca pistas que le ayuden a resolver el asesinato del hijo de un senador. Para ello, se implica de modo personal en el desarrollo de una trama que se desenvuelve en una sociedad corrupta gobernada, no por los políticos, sino por los gánsteres que los financian, en cuyas manos, aquellos, no son más que marionetas a su servicio.

‘La llave de cristal’ alude a las relaciones que unen al poder. Abre puertas, pero es tan frágil que puede romperse en cualquier momento e impedir que esas mismas puertas que ha abierto puedan cerrarse. También es una reflexión sobre la amistad y la lealtad en los mundos del hampa y la política.

No he podido evitar que el reciente rifirrafe vivido entre los socios de la coalición que gobierna, es un decir, Andalucía a propósito del anuncio de un viaje por parte del vicepresidente Valderas a los campamentos donde viven los exiliados saharauis en el desierto de Argelia, me haya hecho recordar la novela de Hammett y empujado a releerla al cabo del tiempo.

Cuando España era una y no cincuenta y una, el último gobierno de Franco regaló al entonces sátrapa de Marruecos, Hassan II, la provincia española del Sáhara Occidental, así como el 65% de las acciones de la empresa del Instituto Nacional de Industria (INI) Fosfatos de Bucraa S.A., la sociedad que explotaba las minas de fosfatos del Sáhara, así como la cinta transportadora que unía los yacimientos con el puerto de El Aaiún, a la Office Chérifien de Phosphates (OCP).

En 1996, el consejo de administración de OCP aprobó una ampliación de capital. El INI (posteriormente Sociedad Estatal de Participaciones Industriales –SEPI–) no acudió a la ampliación, por lo que la participación en la sociedad pasó del 35% a un 12%.

En diciembre de 2002, la SEPI dejó de formar parte del accionariado de la compañía. En esa fecha, la Junta General Extraordinaria de Accionistas de la compañía aprobó la reducción del capital social a cero y una ampliación posterior del mismo. La SEPI no ejercitó el derecho de suscripción preferente de la ampliación, por lo que el estado español perdió la participación que ostentaba desde 1976.
La España de Franco, como había hecho en 1968, justo en el día de la Hispanidad, con los guineanos, despojó de la ciudadanía a los 70.000 españoles de origen saharaui que vivían allí y los condenó al exilio en medio del desierto argelino.

Ahora, Susana Díaz, la presidenta que el aparato del PSOE eligió para Andalucía, monta en cólera cuando su vicepresidente decide viajar a los campamentos donde viven refugiados los españoles a los que Franco echó de España durante sus últimos días.

Ella y el Partido Socialista consideran de suma trascendencia la complicidad de Rabat en materia de seguridad frente a la amenaza del terrorismo islamista. No es improbable que Díaz tenga al respecto más claves de las que está haciendo públicas: claves relativas tanto a la colaboración antiterrorista del vecino del sur con Madrid como al modo en que Rabat podría reaccionar a la visita del vicepresidente.

Ya sabemos en qué consisten las relaciones internacionales de los líderes socialistas españoles. La ministra guineana de Cultura y Turismo, Guillermina Mekuy, se mostró indignada por la visita de Zapatero a un empresario español con intereses en la excolonia, reconociendo que le parece "una auténtica vergüenza que no se dignara a viajar a Guinea mientras fue presidente del Gobierno y ahora, cuando ya ha dejado el poder, venga para hacer negocios y cobrar comisiones".

Por otra parte, el propio Moratinos, exministro de Asuntos Exteriores, reconocía ante la prensa que tanto él como Bono y Zapatero iban a Guinea a mediar por los intereses de empresas españolas como FCC. Felipe González ya tiene casa en la antigua colonia y Rajoy visitó recientemente a Obiang. No sé si para devolverle la visita que el tirano le rindió con motivo del sepelio de Suárez.

Lo que decía O’Rory, los negocios son los negocios y la política es la política. Lean ‘La llave de cristal’ y recuerden que, con demasiada frecuencia, la realidad supera a la ficción.

Javier Irigaray

Presidente de Argaria, asociación cultural