De los hijos de Isis y de Isidoro
martes 10 de marzo de 2015, 07:27h
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La semana pasada, 31.000 documentos de los archivos que el arqueólogo belga Luis Siret donara al estado español inundaban el ciberespacio. Los fondos comenzaron a digitalizarse hace ocho años para ser compartidos pues, no en balde, el ingeniero flamenco que nunca bailó sevillanas rechazó un cheque en blanco que le ofrecían unos norteamericanos dirigiéndoles una sonrisa al tiempo que les decía que ‘el arte no se vende y estos valiosos objetos que encontré en España los quiero ofrecer a España’, lo que Juan Grima, el editor de la obra de Siret en castellano, interpreta y yo comparto como que debía ser alimento para la investigación, la difusión y divulgación de sus contenidos.
Simultáneamente a la apertura de la colección más importante del mundo de documentos sobre nuestra prehistoria, una serie de imágenes llenaban nuestras retinas y hacían aflorar toda la indignación y lágrimas que nuestros corazones, llenos ya de costurones, y nuestros ojos, que tanto llueven, fueron capaces de manar.
‘Isis’, pero no la diosa madre de la mitología egipcia, que no hay diosa que pueda ser madre de semejantes hijos de puta, sino la organización de asesinos que integran los cerebros centrifugados de activistas del autodenominado ‘Estado islámico’, destruían Nimrud, después Hatra y, ayer mismo, Dur Sharrukin, la capital de la antigua Nínive, tres ciudades del antiguo Imperio Asirio.
Un barbado y bárbaro imbécil, armado con una radial, destruía un patrimonio milenario y mostraba, así, a golpe de telediario, que la estupidez humana no conoce límites. Él, con seguridad, tampoco.
El barbado y bárbaro imbécil pertenece a esa estirpe de los hijos de ‘Isis’, no confundir con la diosa egipcia, que están convencidos de que borrar sus huellas es borrar el pasado y, por eso, creen que a golpes de martillo, de máquinas excavadoras y de radiales suprimirá cualquier vestigio de conocimiento y de inteligencia.
Hoy he escuchado en las noticias que buena parte de esos descerebrados habitan en Occidente. Entre nosotros. No tengo la menor duda.
Cuando las imágenes del barbado y bárbaro imbécil invaden y transitan por las circunvoluciones de mi sustancia gris perla, no puedo dejar de acordarme de otros y otras que, con o sin vello facial, pero igual de inhumanos y semejantes en estulticia, armados de incompetencia y desidia, destruyen, también aquí, nuestro legado histórico.
No puedo dejar de acordarme del Cortijo del Fraile, pronto a ser sólo un montón de escombros y un baldón más en el haber de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Níjar, duelo de necios en nuestro western. O de Fuente Álamo, una joya tallada en Cuevas del Almanzora con dinero del Instituto Arqueológico Alemán que los responsables autonómicos y municipales han sabido abandonar a su suerte.
No hablaré de los hipogeos de Villaricos que fueron aprisco de lujo para cabras tras su restauración primigenia y vueltos a abrir hace menos de un año. Ni de la actitud de la administración autonómica, competente, pero mucho más incompetente aquí, con su empeño en cerrar el escaso patrimonio visitable de que disponemos cuando más gente puede visitarlos o la que sostiene con el Museo Casa Ibáñez, la pinacoteca más importante de Andalucía, a la que, en el más rastrero ejemplo de praxis política miserable y mezquina, niega un acceso digno que, a la vez, es fácil y barato.
Confieso que cada día me es más difícil distinguir entre unos y otros talibanes, fundamentalistas ambos y enemigos de la cultura y de la inteligencia. Si acaso en la indumentaria. Aquéllos, barbados hijos de Isis. Pero no de la diosa griega. Éstos, sucesores de Isidoro.
Presidente de Argaria, asociación cultural
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