La cuenta atrás para las elecciones generales del 20-D ha comenzado. Por delante, dos semanas de intensa campaña electoral y también incierta, especialmente para los partidos que se disputan el segundo, tercer y cuarto puesto porque el primero, y no lo digo yo, lo predicen todos los sondeos, parece que va a volver a ser el Partido Popular.
Afortunadamente, afrontamos unos comicios en una situación muy diferente a la de hace cuatro años, cuando España era el enfermo de Europa y estaba prácticamente en quiebra y al borde del rescate después de ocho años de socialismo en los que tras una sonrisa y una cara amable se escondía el peor gobierno de la democracia.
Hoy, España es un país serio, solvente, respetado, creíble y que genera empleo. Cuando Mariano Rajoy llegó al Gobierno, vivíamos el mayor incremento de paro y la mayor destrucción de empleo de toda nuestra historia. Cuatro años después, en nuestro país hay casi 300.000 parados menos que al comienzo de la legislatura.
Y esto no es fruto de la causalidad ni de la conjunción de estrellas planetarias, sino del esfuerzo y sacrificio de todos los españoles y de una reforma laboral que está dando sus frutos y traduce la recuperación en la creación de puestos de trabajo.
Es verdad que todavía queda mucho por hacer y que no se puede caer en la autocomplacencia, por eso es fundamental no salirse del camino emprendido ni dejarse llevar por los cantos de sirena de quienes pretenden ser presidentes del Gobierno sin haber sido ni siquiera concejal en su pueblo. Los experimentos, en casa y con gaseosa.
Gobernar un país es mucho más que tener una cara bonita o un verbo fácil porque no se gobierna desde los platós de televisión. España no necesita un presidente experto en telegenia o que venga a aprender, sino alguien sobradamente preparado y con experiencia que persevere en las políticas que se han llevado a cabo en estos años para que las cosas sigan cambiando. Y este perfil tiene un nombre: Mariano Rajoy.